martes, 16 de julio de 2024

De mozos, doncellas y cipreses.

 

S/T Emilia Oliva. Acuarela. 2021.

Protestan a coro, en el mentidero público de las redes, el yuyu que le da a abundantes residentes cacereños, el paseo bordeado por enhiestos cipreses en el barrio de Montesol en Cáceres. Recuerdo la sorpresa que me produjo en la novela Los trabajos de Persiles y Segismunda de Cervantes la insistente descripción de la belleza de la dama y el caballero. Pensaba, como joven que era yo entonces, que, como jóvenes, la hermosura se daba por sentada, que no procedía insistir tanto en ella a cada tramo de aventura, o detallar la sorpresa que provocaba entre el gentío. La belleza de los protagonistas parecía elevarse como la cualidad más resaltable. Luego me dio por cavilar en ello y de aquella cavilación aún recuerdo que la belleza, tan exaltada, si lo era, también en la poesía de aquel siglo, e incluso en Dulcinea, y de qué exagerado modo, debía proceder de algo que se me escapaba. Hasta que caí: las enfermedades que marcaban de cicatrices indelebles cara y cuerpo. Quien hubiera escapado a la muerte y sobrevivido a la enfermedad (peste, lepra, viruela, disentería, artrosis, envejecimiento prematuro…) no salía indemne. Amén de heridas y amputaciones en el campo del trabajo, de defensa del honor, de las armas, de los avatares de la época. La exaltación de la belleza, sin duda, se debía, al hecho raro y excepcional que constituía, no a su abundancia. 

Hace escasos meses, descubrí con profundo enojo y podría calificar de dolor en no sé qué parte de mí misma, los desmochados cipreses de la mediana de entrada a Cáceres desde Trujillo, a la altura del complejo universitario, que interpretara en una de mis primeras acuarelas de paisajes (la que ilustra en cabecera este texto). De la esbelta figura desafiante al mismo cielo, tan hermosamente captada por Gerardo Diego en su “Ciprés de Silos”, quedaban rechonchos arbustos de oscuro verdor aislado, sin vocación siquiera de seto, desmadejados, huecos.

Quizá sea que padezco enfermedad de excesivas lecturas (como el loco hidalgo) o alumbramientos de realidad de poetas, y lo que veo no se corresponde en nada con lo que ven los otros que no sufren de infinidad de parques infantiles sin niños, de senderos de excrementos de mascotas y de árboles enfermos en alcorques por doquier. La belleza y hermosura de los jóvenes, quizá por abundante después del largo periodo de abundancia y buena nutrición harto excepcional en la historia, haya decaído en valor por exceso. La fascinación por lo monstruoso como reapropiación del cuerpo está en todo su apogeo para beneficio de charlatanes, cirujanos del todo es posible e industrias farmacéuticas. Lo mismo quizá suceda con árboles, plantas, parques, prados de exclusivo verdor donde hasta hace dos días hubo secarrales inmensos que todavía rodean las islas de verdor a poco que se levante la vista de los veladores de bares y terrazas o se salga por las “rutas del colesterol”. Me temo que si el ruidoso rebotar de mensajes en pro del yuyu que provocan las dos hileras de cipreses, que vaya usted a saber por qué miedos irracionales molestan, es oído por instancias que valoran en votos cada oportunidad de intervención, pronto estarán mochos y formarán espeso muro de lamentaciones. Se desea un paisaje urbano libre de estorbos, uniforme y con las mismas gigantes letras repetidas para indicar al torpe viajero su ubicación geográfica. Por todas partes, la misma fealdad erigida en criterio. ¡Qué hastío!


domingo, 19 de mayo de 2024

Crónica de un día de feria del libro atípico

 


A José Cercas, cercano siempre, sin doblez

Desconozco todo de cómo se lleva a cabo el montaje de una feria del libro. Ignoro el proceso, de quién parte la iniciativa, cómo se gestionan los contactos, los invitados a participar, cómo se financia o se licita. Sé que el objetivo es que las editoriales dispongan de un espacio donde difundir su catálogo de edición y poner en contacto a los lectores con los autores en breves encuentros; que los libreros expongan su fondo editorial. El concepto de feria tiene que ver con mercado, sitio donde se compra y se vende. En este caso no hay intercambio libre de mercancías, como en otras ferias, las de ganado, por ejemplo, donde cualquiera puede ir a vender los animales que tiene (pero aquí no sé de lo que hablo, hablo de lo que recuerdo que eran las ferias de ganado que vi o que oí contar, de niña, de la de Plasencia junto al río Jerte, no deben ser ya lo mismo). En las del libro, hay una mercancía, el libro, y unos creadores de obras que son invitados a la feria a través de los intermediarios que son los editores. La feria del libro es el mercado de la industria editorial. Hay ferias de grandes editoriales y hay ferias donde hay de todo un poco, imagino.  He ido a las ferias más como lectora, en busca de la rebaja en el precio del libro que ya tenía pensado adquirir que como escritora invitada o fan de escritor concreto. Me ha parecido siempre que el encuentro privilegiado con los escritores ha de hacerse a través de sus escritos, leyéndolos. Cuando el escritor es inteligente, culto, leído y con criterio propio, oírlo es un gozo, sí, pero efímero. Imprescindible cuando se es joven, por la huella indeleble que deja; necesario de adulto cuando se trata de ampliar el campo de visión. Pero no es de esto de lo que quiero hablar. Lo que me trae a pensar en voz alta hoy es la vivencia personal de un día de feria atípico en Trujillo. Fui como quien va a mostrar lo suyo (porque y de lo mío qué) bajo una carpa a una hora que no sería multitudinaria. Pero ya sé que la asistencia es irregular, fluctuante. Tampoco sé por qué en un momento determinado hay gente a la puerta sin atreverse a entrar en la carpa porque desde los micrófonos les ha llegado un rumor que atrapa su curiosidad. De ese misterio, de lo que sucedió bajo la carpa, es de lo que quiero dejar constancia hoy. De lo que se hizo cuerpo, se fue condensando poco a poco en ese mínimo espacio, ese algo muy grande que está en peligro. Y que todavía no me atrevo a nombrar.

La cosa empezó con tropiezos. Un cierto retraso. Pero allí, bajo la rutilante luz de la plaza de Trujillo, el ajetreo de grupos de turistas, la voz de los guías que se extendía desde el ángulo de la casa-palacio del Marqués de la Conquista, la hilera de casetas de libros en el aterrazamiento de la costanera y las terrazas al sol atiborradas de desayunantes junto a los soportales, invitaba al garbeo y la espera, la mirada y la escucha. La cosa empezaba rara porque la feria de cuentos para niños empezaba sin niños. Un conejo salió en busca y captura de los niños que anduvieran por las inmediaciones, cual flautista de Hamelin, con sus solas orejas y, desde la carpa, se invitaba al reciento con voz seductora y amable. El milagro se produjo y allí llegaron, tímidamente primero, luego casi en tropel, los niños.

El sol, la música, la alegría del cuento, los personajes, los conflictos cotidianos llenaron la carpa de palabras esenciales. La compañía Algarabía, un puñado de mujeres irradiando luz que deslumbraba más de lo permitido fuera de la carpa y cuya luminosidad hubo que modular para no interferir en la vida de los otros: la vida misma.

La vida se colaba otra vez en la voz de José Manuel Vivas y Ana Bermejo con su lectura de textos entrelazados en un libro, Cartografía de vida. La vida es el único espacio cartografiable y tan difícil de acotar que conocer el proceso del entramado que los escritores ofrecían, fue pregunta pertinente, enriquecedora, porque abría a otras posibilidades de escritura: ¿narración a cuatro manos?

De mi turno, me gustó la participación de los asistentes con sus comentarios y preguntas. Sin duda, porque Basilio Rodríguez, de Sial Pigmalión, fue hilando para dar claves de mi escritura y trayectoria al hilo de la lectura. Me sorprendió una pregunta lanzada por José Julián Barriga, que presentaría después En defensa de la Transición (Memorias de un testigo afortunado) del que lamentablemente me perdí casi la totalidad de su intervención mientras dibujaba en briznas de quien la dedicatoria a los lectores. ¿A qué creía yo que se debe la gran cantidad de poetas y escritores, y de nivel, en Extremadura? Pude comentar sin prisas, pensando la respuesta, los múltiples factores que podían favorecer esa situación. El tiempo no estuvo tasado, a ningún participante. Esa liberalidad, permitió hacer visible lo que está en juego. Este día de feria constituyó un microcosmos en el que pudimos asomarnos al mundo que habitamos con mirada amplia.

Una lectora, mientras dibujaba su dedicatoria, me hizo notar que se había producido un halo alrededor de nuestras cabezas mientras leía los poemas. Intenté hacerle comprender que la intensísima luz de ese día, atravesado el cielo por algunas nubes de algodón, produciría reflejos y reverberaciones en los objetos del interior de la carpa. Pero me insistió, no, sale de los cuerpos.

Y sí, tenía razón, lo vi después, el aura, durante la intensa lectura de poesía amorosa más allá de la edad propicia de José H. Velázquez, Versos en la niebla. Salía de los cuerpos proyectados sobre la blancura de la lona de fondo de la carpa, donde las sombras de hojas de palmera se cimbreaban en un lateral. Era el mismo deslumbramiento que provoca la luz del sol cuando penetra en la retina y deja danzando en el aire, como un negativo fotográfico, la imagen vista al cambiar el rumbo de la mirada. Sin apartar los ojos del poeta que leía, la vibración de la luz blanquísima emitía un destello más refulgente aún que le silueteaba. Pero también se producía en Julieta Deossa, la presentadora, o Basilio Rodríguez a poco que se fijara la mirada en ellos. Un punto de magia que no era tal, pero daba para elucubrar que lo fuera, porque era extraño sin distraer de lo que llenaba el aire en ese instante, la voz melodiosa a ratos o casi tronante.

Tras la sobremesa, el cansancio del cuerpo solicitó acomodo en una peña, a la sombra de la iglesia, en un estrecho callejón lateral donde hilachas de vegetación y una higuera que crecían entre las juntas, se mecían movidas por la reconfortante brisa y llegué tarde a la carpa. Me perdí Los pies de los bailarines de Charo Alonso.

Justo Bolekia Boleká presentó Berilá Waalé, con una ampliación gozosa provocada por las preguntas de Basilio Rodríguez. Nos condujo y recondujo por sus muchas obras, su trayectoria vital, su lengua, la situación de Guinea ecuatorial. Allí, lo que iba tomando cuerpo bajo la carpa más sólido que un halo, empezó a estar nítido. Dejaba de ser un aura que resplandecía a ratos forzando la mirada, para entrar con contundencia de cuerpo. No puedo traer la anécdota narrada por el autor de la propuesta que le hicieron los gobernantes de Guinea ecuatorial para que el autor volviera a su país. Quedó claro, lo que le impedía volver, lo que no le ofrecerían nunca y de lo que ya disfruta como residente en España. De calado, me pareció la extrañeza sobre la situación de los escritores en español de su país que no pueden acogerse a ningún tipo de reconocimiento literario de prestigio en el nuestro porque ni siquiera se ha habilitado un premio en el que puedan participar los autores de las antiguas colonias, pero que sí existen en otros países europeos: el Goncourt en Francia, el Camöens, en Portugal, etc… máxime cuando Guinea ecuatorial fue una provincia de España, recibiendo enseñanza religiosa, histórica, científica, literaria en español, según los planes de estudios vigentes en la época. Pero no es el abandono, que tan fácil ha resultado siempre a nuestros dirigentes, lo que estaba tomando cuerpo dentro de la carpa. En su corazón mismo.

De la presentación a cargo de la Editora Regional de Extremadura, Antonio Giral, su director, acompañó a dos novelistas: Antonio González Prado y Álvaro Solís Llano, con sendas novelas ubicadas en épocas y lugares diferentes: una, en Castilla en la segunda república, El grillo que cantaba bajo la luz del cine; la otra, en la Francia revolucionaria del XIX, Como un cuerpo cae muerto. Después, de la mano de Sial Pigmalion, llegó una novela de Damián Gallego, La serpiente interior, que entronca con la cada vez más abundante tradición de novelas sobre Extremadura (ver en el enlace más referencias de novelas que tratan o tienen a Extremadura como fondo): Jarrapellejos, de Felipe Trigo, La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela o, la más reciente, Hijos de sangre de Juan Kam. De todas ellas parecían emerger componentes que iban engrosando ese cuerpo no visible pero que empezaba a ser casi palpable.

Algo fascinante estaba sucediendo de calado, que iba acumulando retrasos de una en otra presentación por necesidad de hondura, y culmina (o yo tuve que hacerlo terminar dada la hinchazón de mi pie izquierdo) con la más que presentación, conferencia, de Javier Rupérez de su libro De Helsinki a Kiev. La destrucción del orden internacional. No puedo dar cuenta de lo que siguió La princesa mestiza de Carmen Sánchez Risco y la entrega de los Premios de la Feria: mejor autor extremeño, Diego Doncel, y mejor autor foráneo, José H. Fernández. Lo que ya más que aletear, invisible, desde el centro, planeaba sobre todos los asistentes en la carpa, lanzaba su destello deslumbrante era LIBERTAD. No importa cuántas veces se diga la palabra democracia ni quienes valoren democráticos usos y maneras de gobiernos que no lo son. Lo que el gobierno de Guinea ecuatorial no podía ofrecer al autor exiliado, ya de peso, en España era justamente eso: LIBERTAD.  Lo que dejó meridianamente clara la intervención de Javier Rupérez que se inicia recordando el preámbulo de la Carta de Naciones Unidas con la constatación de que una misma generación de europeos había vivido dos guerras mundiales, es el precipicio sobre el que caminamos: LIBERTAD o ¿?

El germen de todo libro: LIBERTAD o propaganda. Esos cimientos que construyen sociedades llenas de vida y de dificultades, claro, o invivibles. LIBERTAD, ese destello que atraviesa los siglos. ¿La LIBERTAD se puede imponer? ¿Se debe defender? ¡Ay!


sábado, 13 de abril de 2024

Fijar el día antes de que anochezca

 


Apunte poemas. Tamara Domenech

VI Premio de poesía Centrifugados/Puebla de San Gil. Isla de San Borondón, Ed. Liliputienses, 2024.

 

Doy a José María Cumbreño, el editor, un ejemplar de briznas de quien (Sial Pigmalión, 2024) y me corresponde con Apunte poemas de Tamara Domenech. Me gusta asomarme a un libro de poemas sin saber nada del autor, nada de su biografía o trayectoria. Asomarme desde el título, el índice y con ojeada rápida, al azar, antes de decidir si entro o no en el libro. El índice de Apunte poemas, con sus títulos de poemas, resulta a primera vista anodino.  Me pregunto si son poemas ya o meros proyectos, “apunte” lo que nos ofrecerá la autora. Los títulos parecen notas de un diario sin interés: “compañera, aprender, juventud, presentaciones…”. Pienso en la ambigüedad del título. ¿Apunte previo al disparar? Hay una biobibliografía al final. Me llama la atención que la autora premiada no es desconocida para la editorial; Liliputienses ya ha publicado La escuela, el castillo en 2020. El ojeo de poemas me lleva a pensar que quizá esté ante un libro de poesía a “ras de tierra”, en la que indagué en briznas de quien. El yo del poema parece ser el autobiográfico del autor, son gestos, acciones que ha hecho en algún momento. A no ser que se trate de una figuración… 

Entro en el libro, preparada para el desengaño. ¿Qué puede haber en lo cotidiano de la vida del poeta que pueda ser de interés para un hipotético lector? No es hasta el poema “Baile” (pág. 17) cuando la voz, que me sigue pareciendo anodina, me atrapa y me dice: aquí, en estas notas casi banales de diario, hay un poema, porque late la mirada con la extrañeza de quien no entiende el mundo. Ve, simplemente, dice lo que ve, y en ese ver que nos detalla minuciosamente se alza el enigma del poema. El camino de desconcierto por el que quiere llevarme.

          Estoy por cruzar la calle

alzo la vista y veo que cae

una hoja seca de la rama de un plátano.

El viento de junio la mueve de aquí para allá

un titiritero que la hace pasear

por cada una de las ventanas de los departamentos a y b

de un edificio que está en una esquina.

Si fuera la vida, pienso,

en la cantidad de personas, por piso, que tuvieron la

posibilidad de admirar un baile lento hasta tocar el suelo.

Me recuerda, a trechos, la escritura de algunos escritores del “nouveau roman” en su minuciosidad para revelar lo real (exterior e interior), a veces desesperante, para el lector que quiere un rápido enganche con la trama o con la emoción y no encuentra ni trama, ni emoción. Hay una neutralidad de hielo en los poemas que va calando como la lluvia fina, una mirada ética, una realidad que hay que transformar, la fe en el compromiso del escritor para cambiar el mundo porque el inventario (recurso permanente a la enumeración) deja un remanente de cansancio, de sin sentido que trasciende las vidas que se ven reflejadas en el poema: “(…) creo que escribo para que los personajes / que tienen lugares establecidos / se aventuren a otros y pasen a la acción (…)”

Sólo a veces, en un gesto involuntario en la dinámica robotizada de lo cotidiano, brilla la luz, acaso la esperanza. Así sucede en el poema “Luces livianas”:

Una nena sentada enfrente mío en el colectivo

lleva dos globos

uno naranja y otro amarillo

cada vez que los saca, apenas, por la ventanilla

rebota el sol

como si fuera posible

trasladar luces livianas con las manos.

El tedio de nombrar lo real con las palabras de uso cotidiano, se rompe a veces con imágenes certeras que abren el “apunte” al “poema” como en “Ingenuidad y avidez” que se inicia con dos versos como un hachazo: “No es fácil dormir cuando llega la noche. La mente deambula de aquí para allá parece una rata”.

En “Universo o dios” (pág. 83), para que no desfallezcamos, parece facilitarnos la autora una clave de lectura.

La abertura en una casa en construcción

me hace pensar en la relación entre realidad afuera

y la fantasía adentro

de un espacio oscuro y abierto

como el universo o dios.

Ser, sería dar cuenta, así, sin florituras, de lo que acontece y a lo que asistimos como testigos mudos. Fijar el día, antes de que anochezca.


domingo, 7 de abril de 2024

Cuando ver no es lo mismo que mirar

 

 

No tenía ninguna imagen mental de Villamuriel de Campos. De los encuentros con Yolanda Pérez Herreras, alguna anécdota, sus vivencias y fiestas y, si no recuerdo mal, un enterramiento en un corral de gallinas de un montón de cuadernos de escritura personal como performance. Así que recibir Aproximaciones. Caminos y sendas de Villamuriel de Campos ha venido a concretar que ese pueblo perdido para mí en la amplia llanura de la meseta castellanoleonesa, tiene rostro. Tiene rostro siempre de Yolanda Pérez Herreras y hoy, visto, lo veo desde sus pasos y su mirada, y ha sido un viaje nocturno muy sugerente. A las hermosas fotografías que nos muestran la belleza de las sendas recorridas sistemáticamente del 30 de junio al 3 de septiembre de 2031, se añade la preparación previa de las incursiones (material fotográfico, información, consultas a los paisanos, etc.), los caminos recorridos, los pasos, minutos, kilómetros calorías, un poema de Pilar González España como obertura y códigos QR al final “contemplar el silencio” (que no he podido abrir, pero no soy ducha con ese artilugio).

Lo fascinante del recorrido es que, a la narración del momento del caminar, la preparación, las dificultades, tropiezos del trayecto y a las impresiones que provoca el paisaje o los recuerdos que evoca, se le van colando, en el ritmo de la escritura, un vocabulario extraordinario y unas reflexiones cuajadas de imágenes, metáforas certeras y de gran belleza.  El texto respira con la misma amplitud sin márgenes que los horizontes sin fin que nos muestran muchas de las fotografías. Todo es sencillo, cotidiano, diáfano, bañado por la luz y el fulgor de lo que ha penetrado piel adentro y se remansa antes de salir a la página en blanco. La mirada de quien se asoma al paisaje para verlo en toda su amplitud, con todas sus huellas. Una gozosa lectura que, en la noche, me ha llevado hasta esos caminos como si yo misma la acompañara, en el trayecto, sí,  también en las reflexiones con palabras que me asaltaron -de otro espacio, otro tiempo o de otra lengua- y se han quedado tintineando en la cabeza.

Cagalitas

Charambita

Molondros

Giganteas

Rebujo

Buchín

Guijos

Soledumbre

Majuelo

Cuévanos

Cardeñas

Sapada

Esguarneó

Esparajismos

No puedo sino acatar lo que con tan buen tino nos dice Yolanda Pérez Herreras en este su caminar por caminar:

“No existen los atajos en estos caminos y sendas, como no existen circunvalaciones en la búsqueda de los propósitos anhelados en el peregrinar de la vida: lo que está es lo que hay, sin zarandajas ni pamplinas. Transitar es un propósito en sí mismo, con las alforjas que nos han sido asignadas… y que nosotros mismos hemos ido cargando con más o menos tino.”


sábado, 6 de abril de 2024

Del rincón en el ángulo oscuro

 

quien Emilia Oliva García.
carboncillo y lápiz, 21 x 14 cm.


A Antonio Sánchez, librero, el señor del fondo

 

De los dos ejemplares de los que dispone el librero, prefiere el usado. Es más barato, pero más rico. Tiene la sabiduría de las huellas dejadas en el tránsito, la marca del lector, quizá una dedicatoria, un papel olvidado entre sus páginas, una anotación, un poco de vida. A veces, como es el caso, se encuentra la insania entretejida, o eso piensa a primera vista. Son señales leves de un descuido, de un bajar la guardia que desvelan, en el hojear de páginas, a un lector encorajinado. No sabe si con el mundo, la vida, el círculo de escritores en el que no se acaba de ver tenido en cuenta… hay tantas variables para el enfado y la ira contenida.

Es la forma de marcar, resaltar, lo que le asombra. Los trazos dejados en algunas páginas. Son marcas diáfanas, sólo allí donde cree encontrar un fallo, una incoherencia. Puede tratarse de un crítico o quien ejerce esa función pública, o quizás sean trazos del propio autor. El ejemplar, una vez impreso, que le sirve para auscultar el latido del libro.  Y, entonces, ay, la arritmia, la duda, la irresolución quedan al descubierto. Conoce al autor, no le imagina trazos de tan rápida y descuidada ejecución. Aunque no sabe. No tiene puntos de referencia. No ha visto más escritura suya que la impresa.

No percibió, al hojearlo durante la compra, la página arrancada. El desgarro, piensa que no está exento de excesiva energía o cierta violencia, sin maneras, de la portadilla. La herida del corte es una silueta de relieves abruptos y cadena de montañas, con una sima profunda que llega al corazón mismo del lomo. Descarta que fuera el ejemplar de los arrepentimientos tras la impresión en manos del autor. No. Con certeza, es un libro enviado por el propio autor, generosamente. Y como lo que se recibe sin coste, lastra al que debe cuidarlo, al final se abandona. Sobre todo, ahora. Las bibliotecas personales se encuentran amontonadas junto a los contenedores de basura las más de las veces (antes, el poseedor podía complementar sus recursos en la vejez o dejar un patrimonio a sus herederos). Otras, con mejor criterio, el abandono se hace a la entrada de las bibliotecas (ese hospicio de socorro) para que los libros tengan la oportunidad de buscar refugio en otro lar, otro estante. Un abandono más, el de los libros. Vivir libre y ligero, es lo que trae.

Le gustaría tener la fe de que nada se pierde, pero no la tiene. La página perdida, manuscrita de la portadilla, ¿qué complicidad guardaba? Quedan los rayones zigzagueantes que atraviesan el texto en pocas páginas. Los círculos garrapateados que encierran errores. Tiene fe en el lector, en el de poesía, más. Las heridas no pueden ser la obra del lector que abre el libro con sed de camino y horizonte, porque respuestas, si las hay, no consigue encontrarlas. Ni siquiera los trazos se acomodan a la acritud del crítico en busca de botín. Habría alguna nota, alguna abreviatura que mantuviera la pista para redactar, después, el comentario. Pero no hay rastro de pensamiento o reflexión. Quizá se trate de un error, tal vez las prisas, y fuera el propio autor, entre el trajín de ejemplares por enviar, quien confundiera el libro aún virgen con el de los arrepentimientos y dedicó, sin más, el ya mancillado con sus garabatos despiadados. Ese arrepentimiento tonto quedaría en el rastro de la brusquedad del desgarro. Sí, le tranquiliza creer que la artera barbarie no se cuela en el corazón del que lee.


viernes, 15 de marzo de 2024

De literatura y planes educativos

Fichas de lectura realizadas en Lengua y Literatura.
Curso de COU 1974-75. Universidad Laboral de Cáceres.

Durante la charla que tuvo lugar tras la inteligente presentación dialogada de errática del poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez (Luces de gálibo,2023) con Julio César Quesada Galán, José María Cumbreño preguntó a qué creía el autor que se debía el desinterés por la literatura hispanoamericana que hay en España. En otro momento, una alumna había preguntado si consideraba que su poesía era susceptible de ser utilizada con alumnos en la enseñanza primaria. No tomé nota de las respuestas, pero ambas preguntas me llevaron a la telaraña por la que hoy me adentro (quizá porque empiezo a tener la mirada del que se gira y se convierte en estatua de sal). Reaccioné a la tesis de que el desinterés por la literatura hispanoamericana se debía al colonialismo que pervive. Como docente, estoy convencida de que se debe a una planificación orquestada desde los planes de estudio: el desinterés lo es por la literatura española también. Y eso es lo que quiero hacer visible con una simple relación del acceso a los libros de los que disponía yo en mi infancia y adolescencia y los que tuve a disposición en el sistema educativo en el que me formé. El fomento de la lectura en la actualidad se estructuras en estrategias más o menos publicitarias o de marketing, ideológicamente marcadas en gran medida por consignas, pero no constituye –a mi modo de ver- un planteamiento integrado en la planificación educativa, desaparecida la motivación por el esfuerzo que estaba en la formación que me tocó en suerte: los planes de estudios y becas franquistas, la exigencia para mantenerlas y la libertad de lecturas y actividades que reflejan las fichas de lecturas realizadas en aquel periodo. Descripción de una época, no tan lejana en el tiempo tan presente para la memoria de lo luctuoso y estéril, y tan poco viva para lo creativo, la capacidad crítica y el restañamiento de heridas.

Antes de llegar a la Facultad de Filosofía, los pocos libros que me cobijaban en casa se multiplicaron al infinito al llegar a la Universidad Laboral donde una inmensa biblioteca, con interminables estanterías estaban abarrotadas de enciclopedias, diccionarios, atlas, mundos. A casa, habían llegado algunos coleccionables incompletos conservados en una vieja maleta de madera: Las aventuras de Gulliver, Guerra y paz, alguna novela sin título ni portada, capítulos sueltos de un universo fragmentario incomprensible. Los cuentos de calleja, que se conseguían con las bolsas de pipas. TBOs, Alcázar y Pedrín, comics de aventuras que no me interesaban, los Blanco y negro de ABC. Los libros ilustrados de Bruguera, con Miguel Strogoff a la cabeza, sus paisajes nevados y el correo del zar, ese hombre a caballo por la estepa: primeras palabras oídas, luego adivinadas en sus grafías bajo las imágenes y, con ellas, el deseo de romper a leer por mí misma, sumergirme en los pocos libros disponibles o que fueron llegando:


La Fuente, el diccionario de las 8 cualidades

La Biblia

Flor nueva de romances viejos

La isla del tesoro

Las 7 maravillas del mundo

Las 100 mejores poesías en lengua castellana

Rimas de Bécquer…

 

El silencio de los estudios y los dos ejercicios espirituales, que viví en el colegio de monjas los dos primeros años de enseñanza secundaria, los pasé leyendo vidas ejemplares y de santos en libros de su biblioteca. Leer, ese mundo de maravillas ajenas a lo cotidiano. Leí lo que se nos mandaba y lo que buscaba de oídas. El aburrimiento del club de los cinco, el sondeo en arsenales ajenos cuando estaba de vacaciones. Lo que tenía interés y lo que no, sin más criterio que la brújula sin norte de la curiosidad. Por esa curiosidad caería en muchos títulos inabarcables. Ya en la Universidad Laboral, solicité El capital de Marx a los 15 años bajo la mirada interrogante del bibliotecario y ¿qué vas a entender, criatura? No aguantaron mis ojos más allá de las 5 ó 6 primeras páginas.  Pero también caí en libros que dejaron un regusto de pregunta interminable: Cuerpos y almas. La vacuna de la pregunta, tan importante. Berceo, El Quijote, El Lazarillo, sonetos, Las coplas a la muerte de su padre, Garcilaso, San Juan de la Cruz, lo que hilaba el temario de lengua y literatura española y también, al margen, lo que acontecía en el hervidero que era la Universidad Laboral: lecturas poéticas (Neruda, Miguel Hernández, León Felipe, Blas de Otero…), teatro, cine, encuentros con escritores: Francisco Umbral, impactante su imagen de joven escritor y la intriga de su libro Larra, anatomía de un dandy. Comprender el dandy que era el escritor en presencia con el libro donde lo hacía visible desde el título. Y por ese camino: La saga fuga de JB, Cinco horas con Mario, El camino, Thérèse Desqueyroux, El enfermo imaginario, Fábulas de Samaniego…

Y, en paralelo, fuera de programa, la literatura hispanoamericana de la mano de Carlos Polo y Jorge Urrutia: Cien años de soledad, Tres tristes tigres, El señor Presidente, Paradiso, La ciudad y los perros… enteros, fascinada por el universo que se desplegaba; a picoteos, intrigada por el enigma que ocultaban o no alcanzaba a desvelar. Intrusa en una actividad para las alumnas de COU cuando yo andaba en 5º.

Y llegó COU, el tránsito a la universidad (crónica de lecturas de 1974-75), libros y más libros; fichas de lecturas personales de cada obra como eximio control por parte de la profesora Carmen Romero. 33 lecturas, como los años de Cristo: pasión, muerte y resurrección de un curso escolar con la espada de Damocles de la ¿se llamaba selectividad ya?, la necesidad de conservar la beca para desplegar alas. Leí, anoté, descifré, puse en relación:

 

Pío Baroja: El árbol de la ciencia

Miguel de Unamuno: Recuerdos de niñez y mocedad

Miguel Cervantes: Novelas ejemplares

Anónimo: El Lazarillo de Tormes.

Petronio: El satiricón

Julio Cortázar: Los Reyes

Berceo: Los milagros de nuestra señora

Ortega y Gasset: La deshumanización del arte

Los Manriques: Antología

Fernando de Rojas: La Celestina

Ramón Menéndez Pidal: Flor nueva de romances viejos

Don Juan Manuel: El Conde Lucanor

Anónimo: El abencerraje y la hermosa Jarifa

Ramón J Sender: Crónica del alba

Jorge Díaz: La pancarta o está estrictamente prohibido todo lo que no es obligatorio.

Manuel Martínez Mediero: El convidado

José Ruibal: Curriculum Vitae

Vicente Romero Ramírez: El carro del teatro o llegan los cómicos

Lauro Olmo: El cuarto poder / La camisa

Miguel Mihura: Tres sombreros de copa

Antonio Martínez Ballesteros: La distancia

Alfonso Sastre: Cargamento de sueños / Prólogo patético / Asalto nocturno

Antonio Gala: Los buenos días perdidos

Ramón del Valle Inclán: Sonatas / Luces de bohemia / Divinas palabras

Ramón Pérez de Ayala: Escritos políticos

Gabriel Miró: El humo dormido

Azorín: Antonio Azorín

 

Entre el montón de fichas conservadas que dan cuenta de las lecturas de la asignatura de Lengua y Literatura (recuerdo de una técnica de trabajo y la transmisión de la pasión de la profesora por la literatura que nos invitaba a leer y marcaba B, m. b) encuentro una ficha traspapelada con un poema. Lectura, comentario, reflexión, estudio y “escritura” naciente… ejes del aprendizaje del mundo en la adolescencia. Todos los problemas humanos se exponían a nuestro análisis en la inteligente selección de una profesora, Carmen Romero: amor, desamor, celos, suicidio, ejemplos morales, crítica del poder, la inmoralidad del terrorismo, la diferencia de clases, encaje de infortunios, la lucha por el poder, la guerra, incomunicación y exclusión, violencia y venganza, autobiografía y ficción, idealismo, realismo… No le he dedicado ningún libro, tengo que poner remedio.

 

Me pregunto cuál es el bagaje de lecturas que se lleva el alumno cuando llega a la universidad desde las aulas ahora. Sospecho que quizá llegue bastante literatura de éxito editorial, fundamentalmente anglosajona, alguna lectura de literatura actual española y alguna lectura de literatura regional. Me pregunto si las respuestas a las grandes preguntas del adolescente para comprender el mundo las encontrará engarzadas en esos programas de fomento de la lectura o si tendrá que ir a buscarlas por sí mismo, si recurrirá a la biblioteca o si recurrirá a las redes que el diablo confunda. Si lo que aflora de nuevas problemáticas en los jóvenes, no tendrá que ver con ese vacío propiciado desde los programas educativos y la anuencia del profesorado que los aplica. Si la cultura de la cancelación, el vacío de las consignas, no constituye el virus que extirpará la inteligencia de los humanos para sustituirla por la mal llamada inteligencia artificial. Si…, tantas preguntas que deberíamos afrontar con análisis serio, sin vendas.