Durante la charla
que tuvo lugar tras la inteligente presentación dialogada de errática
del poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez (Luces de gálibo,2023) con Julio
César Quesada Galán, José María Cumbreño preguntó a qué creía el autor que se
debía el desinterés por la literatura hispanoamericana que hay en España. En
otro momento, una alumna había preguntado si consideraba que su poesía era
susceptible de ser utilizada con alumnos en la enseñanza primaria. No tomé nota
de las respuestas, pero ambas preguntas me llevaron a la telaraña por la que
hoy me adentro (quizá porque empiezo a tener la mirada del que se gira y se
convierte en estatua de sal). Reaccioné a la tesis de que el desinterés por la
literatura hispanoamericana se debía al colonialismo que pervive. Como docente,
estoy convencida de que se debe a una planificación orquestada desde los planes
de estudio: el desinterés lo es por la literatura española también. Y eso es lo
que quiero hacer visible con una simple relación del acceso a los libros de los
que disponía yo en mi infancia y adolescencia y los que tuve a disposición en
el sistema educativo en el que me formé. El fomento de la lectura en la
actualidad se estructuras en estrategias más o menos publicitarias o de
marketing, ideológicamente marcadas en gran medida por consignas, pero no
constituye –a mi modo de ver- un planteamiento integrado en la planificación
educativa, desaparecida la motivación por el esfuerzo que estaba en la
formación que me tocó en suerte: los planes de estudios y becas franquistas, la
exigencia para mantenerlas y la libertad de lecturas y actividades que reflejan
las fichas de lecturas realizadas en aquel periodo. Descripción de una época,
no tan lejana en el tiempo tan presente para la memoria de lo luctuoso y
estéril, y tan poco viva para lo creativo, la capacidad crítica y el
restañamiento de heridas.
Antes de llegar a la Facultad de Filosofía, los pocos libros que me cobijaban en casa se multiplicaron al infinito al llegar a la Universidad Laboral donde una inmensa biblioteca, con interminables estanterías estaban abarrotadas de enciclopedias, diccionarios, atlas, mundos. A casa, habían llegado algunos coleccionables incompletos conservados en una vieja maleta de madera: Las aventuras de Gulliver, Guerra y paz, alguna novela sin título ni portada, capítulos sueltos de un universo fragmentario incomprensible. Los cuentos de calleja, que se conseguían con las bolsas de pipas. TBOs, Alcázar y Pedrín, comics de aventuras que no me interesaban, los Blanco y negro de ABC. Los libros ilustrados de Bruguera, con Miguel Strogoff a la cabeza, sus paisajes nevados y el correo del zar, ese hombre a caballo por la estepa: primeras palabras oídas, luego adivinadas en sus grafías bajo las imágenes y, con ellas, el deseo de romper a leer por mí misma, sumergirme en los pocos libros disponibles o que fueron llegando:
La Fuente, el diccionario de las 8 cualidades
La Biblia
Flor nueva de romances viejos
La isla del tesoro
Las 7 maravillas del mundo
Las 100 mejores poesías en lengua castellana
Rimas de
Bécquer…
El silencio de los estudios y los dos ejercicios
espirituales, que viví en el colegio de monjas los dos primeros años de
enseñanza secundaria, los pasé leyendo vidas ejemplares y de santos en libros
de su biblioteca. Leer, ese mundo de maravillas ajenas a lo cotidiano. Leí lo que
se nos mandaba y lo que buscaba de oídas. El aburrimiento del club de los
cinco, el sondeo en arsenales ajenos cuando estaba de vacaciones. Lo que tenía
interés y lo que no, sin más criterio que la brújula sin norte de la curiosidad.
Por esa curiosidad caería en muchos títulos inabarcables. Ya en la Universidad Laboral, solicité El capital de Marx
a los 15 años bajo la mirada interrogante del bibliotecario y ¿qué vas a
entender, criatura? No aguantaron mis ojos más allá de las 5 ó 6 primeras
páginas. Pero también caí en libros que
dejaron un regusto de pregunta interminable: Cuerpos y almas. La vacuna de la pregunta, tan importante. Berceo, El Quijote, El Lazarillo, sonetos, Las
coplas a la muerte de su padre, Garcilaso, San Juan de la Cruz, lo que
hilaba el temario de lengua y literatura española y también, al margen, lo que
acontecía en el hervidero que era la Universidad Laboral: lecturas poéticas
(Neruda, Miguel Hernández, León Felipe, Blas de Otero…), teatro, cine, encuentros con
escritores: Francisco Umbral, impactante su imagen de joven escritor y la
intriga de su libro Larra, anatomía de un
dandy. Comprender el dandy que era el escritor en presencia con el libro donde
lo hacía visible desde el título. Y por ese camino: La saga fuga de JB, Cinco
horas con Mario, El camino, Thérèse Desqueyroux, El enfermo imaginario, Fábulas de Samaniego…
Y, en paralelo, fuera de programa, la literatura
hispanoamericana de la mano de Carlos Polo y Jorge Urrutia: Cien años de soledad, Tres tristes tigres, El señor Presidente, Paradiso, La ciudad y los perros… enteros, fascinada por el universo que se
desplegaba; a picoteos, intrigada por el enigma que ocultaban o no alcanzaba a
desvelar. Intrusa en una actividad para las alumnas de COU cuando yo andaba en
5º.
Y llegó COU, el tránsito a la universidad (crónica de
lecturas de 1974-75), libros y más libros; fichas de lecturas personales de
cada obra como eximio control por parte de la profesora Carmen Romero. 33
lecturas, como los años de Cristo: pasión, muerte y resurrección de un curso escolar
con la espada de Damocles de la ¿se llamaba selectividad ya?, la necesidad de
conservar la beca para desplegar alas. Leí, anoté, descifré, puse en relación:
Pío Baroja: El
árbol de la ciencia
Miguel de Unamuno: Recuerdos
de niñez y mocedad
Miguel Cervantes: Novelas
ejemplares
Anónimo: El
Lazarillo de Tormes.
Petronio: El
satiricón
Julio Cortázar: Los
Reyes
Berceo: Los
milagros de nuestra señora
Ortega y Gasset: La
deshumanización del arte
Los Manriques: Antología
Fernando de Rojas: La
Celestina
Ramón Menéndez Pidal: Flor nueva de romances viejos
Don Juan Manuel: El
Conde Lucanor
Anónimo: El
abencerraje y la hermosa Jarifa
Ramón J Sender: Crónica
del alba
Jorge Díaz: La
pancarta o está estrictamente prohibido todo lo que no es obligatorio.
Manuel Martínez Mediero: El convidado
José Ruibal: Curriculum
Vitae
Vicente Romero Ramírez: El carro del teatro o llegan los cómicos
Lauro Olmo: El
cuarto poder / La camisa
Miguel Mihura: Tres
sombreros de copa
Antonio Martínez Ballesteros: La distancia
Alfonso Sastre: Cargamento
de sueños / Prólogo patético / Asalto nocturno
Antonio Gala: Los
buenos días perdidos
Ramón del Valle Inclán: Sonatas / Luces de bohemia
/ Divinas palabras
Ramón Pérez de Ayala: Escritos políticos
Gabriel Miró: El
humo dormido
Azorín: Antonio
Azorín
Entre el montón de fichas conservadas que dan cuenta
de las lecturas de la asignatura de Lengua y Literatura (recuerdo de una
técnica de trabajo y la transmisión de la pasión de la profesora por la
literatura que nos invitaba a leer y marcaba B, m. b) encuentro una
ficha traspapelada con un poema. Lectura, comentario, reflexión, estudio y “escritura”
naciente… ejes del aprendizaje del mundo en la adolescencia. Todos los
problemas humanos se exponían a nuestro análisis en la inteligente selección de
una profesora, Carmen Romero: amor, desamor, celos, suicidio, ejemplos morales,
crítica del poder, la inmoralidad del terrorismo, la diferencia de clases,
encaje de infortunios, la lucha por el poder, la guerra, incomunicación y
exclusión, violencia y venganza, autobiografía y ficción, idealismo, realismo…
No le he dedicado ningún libro, tengo que poner remedio.
Me pregunto cuál es el bagaje de lecturas que se lleva
el alumno cuando llega a la universidad desde las aulas ahora. Sospecho que quizá
llegue bastante literatura de éxito editorial, fundamentalmente anglosajona,
alguna lectura de literatura actual española y alguna lectura de literatura regional.
Me pregunto si las respuestas a las grandes preguntas del adolescente para comprender
el mundo las encontrará engarzadas en esos programas de fomento de la lectura o
si tendrá que ir a buscarlas por sí mismo, si recurrirá a la biblioteca o si
recurrirá a las redes que el diablo confunda. Si lo que aflora de nuevas
problemáticas en los jóvenes, no tendrá que ver con ese vacío propiciado desde
los programas educativos y la anuencia del profesorado que los aplica. Si la
cultura de la cancelación, el vacío de las consignas, no constituye el virus
que extirpará la inteligencia de los humanos para sustituirla por la mal
llamada inteligencia artificial. Si…, tantas preguntas que deberíamos afrontar
con análisis serio, sin vendas.