sábado, 12 de octubre de 2024

Día de mercado

 

Bajo el sol de noviembre, Emilia Oliva. 
Carboncillo s/ papel. 21 x14,8 cm.2023. 


Recuerda que hacer colas las había hecho en la escuela para entrar, en gimnasia para el salto del potro, de longitud, el tiro a canasta o los ejercicios de barras y paralelas, en la iglesia para la comunión o las interminables procesiones de semana santa o las romerías, en el mercado ante los puestos, en el juego para saltar a pídola o entrar a la comba, en la fila del autoservicio en el comedor del internado y en los paseos de la escuela los miércoles por la tarde, ya en primavera, cantando vamos a contar mentiras, a la ida o la vuelta de un día pletórico de luz y flores en los campos aledaños. La mentira era un pecado que exigía arrepentimiento, contrición y penitencia y la cola no era la institución que es hoy de mansa paciencia de oveja en toda actividad o gestión de cita previa o sin cita previa. Esa manía de lo cómodo, lo muelle, lo insípido que todo lo rige era un desarreglo en toda línea. Porque hay cambios que son de encefalograma plano, siniestros, que nos roban la alegría. Como a la pobre Casandra que, en el corto trayecto de autobús urbano, recitaba a voz en cuello las verdades del barquero, sin provocar más que algún cabeceo de asentimiento casi imperceptible de un par de pasajeras, la vergüenza ajena de otros y los gestos y miradas cómplices de burla por la loca que les rompía las orejas, de la vista ya van ciegos, el corazón no les habla. Porque no soy de este o aquel partido, no. Mi voto yo se lo doy a este, y gesticulaba con la mano mostrando el revés de su bolsillo derecho vacío, no al que me lo llena no, al que me deja que tenga trabajo y gane lo suficiente y me deja vivir. No a los aprovechateguis que mira como vinieron, picos de oro haciendo capirotes a los corruptos y luego qué, por sus actos los conoceréis, y de lo que dijo pues nuevo credo, antes robaban ellos pues ahora nos toca a los nuestros, eso ha dicho el líder con toda su boca, sin disimular siquiera. Y habrá quienes les sigan votando. A los unos y a los otros. Pero yo lo tengo claro, si no hay a quien, pues votar, votaré, porque hay que votar, pero a ninguno. Y no hay a quien en el horizonte, y ya es desgracia, que esto es una cadena, que si tocas a los funcionarios y no les pagas o se lo bajas pues todo empieza a ir mal, si el gobierno hace conque paga pues ellos conque trabajan, si tocas lo que funciona porque lo que quieres es recaudar y recaudar y te metes hasta en lo que gana la pobre gente pues llega la gente a pobre que no gana nada, como yo, que antes tenía tres casas a las que iba a limpiar y me ganaba el pan para mí y mi hija y ahora ¿qué tengo? Si no fuera por ella que se fue a Barcelona porque aquí en Extremadura no hay na y se colocó y gana lo suyo y me manda una ayuda, de donde lo iba yo a sacar, a mis años, ni de puta que me pusiera. Y ahora nos viene el geta ese del falcon y se le llena la boca con el sueldo de 200 euros en una única paga con condiciones: si no tienes esto, si cumples lo otro, si tu casa no vale o no la tienes, porque tener un techo propio ¿qué coño se creen que es? El sudor de nuestra vida para que la mala suerte no nos deje bajo un puente. Pues ni eso les gusta, ya ven. Lo malo es que lo sufrimos los que no les votamos también. Porque mira que hay que estar ciego para creerse las patrañas con las que nos embaucan. A mí no, desde luego que a mí no.

Pulsé para bajarme. Me faltaba el aire. Igual de cobarde que toda esa gente que había subido, que venía del mercado con sus carros y bolsas a medias, rostros impasibles, casi sin vida tras las mascarillas, y que taponaban sus oídos a la perorata con los audífonos de sus móviles.  

Y luego estaba la fina piel de la sensiblería que se dolía de las palabras como si fueran puñales. Recordaba su cobardía cuando retiró del artículo la evocación del sonido crujiente de los huesecillos de los pajaritos fritos al morder. El corrector de estilo le previno de la violencia de la imagen. No comprendió muy bien lo que podría molestar si era habitual en su infancia que los chicos fueran con la escopeta de perdigones a pájaros y luego se comieran bien fritos, un manjar comerlos, no tanto desplumarlos y eviscerarlos, tarea de las niñas. Freírlos, los freía la madre o el padre. No era barbarie ni sadismo. Era un inicio a habilidades de subsistencia para la vida adulta. Aprender a matar un pájaro era quizá el paso previo a matar un pollo con su escándalo de carrera ya descabezado. Pelar y eviscerar un pájaro era aprender la anatomía y los gestos necesarios para aves de mayor tamaño. ¿Que si me comería ahora unos pajaritos fritos? Hombre, quizás no. Me gusta verlos faenar en los campos, oír su algarabía en los tejados y en los árboles. Pues eso es lo que ha cambiado. Que tú ya tampoco lo harías.  

La constatación la deja perpleja. El entrenamiento de la escopeta pajarera que hacían los chicos, ¿sería iniciación a la escopeta de caza? ¿al cetme, el fusil de asalto del servicio militar? ¿a la guerra? 


De Crónicas anfibias (inédito)

viernes, 11 de octubre de 2024

Lengua, territorio y poder

 



El primer vocabulario o estudio de un habla de la zona norte de Extremadura, en concreto de Malpartida de Plasencia, realizado por descendientes de sus hablantes que llega a mis manos, es del año 1999. Se trata del estudio El habla de los chinatos elaborado por Carlos Canelo Barrado y Celestino García García (en proceso de reedición) que incluye las peculiaridades fonéticas y las variaciones semánticas cuando hay colisión con la definición de la RAE. La incidencia de los medios de comunicación a partir de los años sesenta del pasado siglo y el desuso paulatino de léxico, giros y formas de pronunciación propias es lo que está en el origen de publicaciones y estudios que se han ido sucediendo en los últimos años. Traigo las que se ven en la imagen porque sus autores me las han ido haciendo llegar.

En 2015 Miguel Serrano Martín, paisano de prodigiosa memoria, saca a la luz Vocablos y expresiones tradicionales de Malpartida de Plasencia que viene a complementar los estudios anteriores que habían salido en publicaciones locales “Malpartida de Plasencia. Notas para un estudio” en Raíces chinatas, “El extremeño” en Aires chinatos o El habla de los chinatos del que hemos hablado. Anota Dionisio Clemente en el prólogo que lo que aporta el librillo de los vocablos y expresiones de Miguel Serrano es haber tenido en cuenta si esas palabras aparecen o no en el diccionario de la RAE y la significación peculiar en el uso que hacen los chinatos de esas palabras. No se trataría solamente de recoger aquellos vocablos con variaciones fonéticas y la labor de recopilación la realiza de 1970 a 2014.

Dos estudios de la mano de profesores universitarios complementan estos estudios locales: Diccionario extremeño de Antonio Viudas Camarasa y Diccionario extremeño de Juan Kam (seudónimo de Juan Camisón).

El Diccionario extremeño de Antonio Viudas Camarasa con dos ediciones, una de 1980 y otra de 1988, constituye un trabajo exhaustivo y documentado con rigor sobre el dialecto extremeño donde, además de recoger las variantes fonéticas, especifica la localización del vocablo en un territorio concreto cuando está documentado y acompaña láminas ilustradas de instrumentos de trabajo y mobiliario de uso cotidiano o propio de labores artesanas. Abarca las variantes de toda la geografía extremeña y contextualiza históricamente su procedencia. Interesantes son los textos donde muestra esa forma de hablar en el contexto de una narración o de un diálogo. 

Recién salido de imprenta me llega de Juan Kam un grueso Diccionario extremeño, en dos volúmenes, que el propio recopilador considera como “mi diccionario extremeño” porque recoge no sólo cuestiones y léxico de sus 35 años de estudios sino también el habla que le nutrió durante su infancia y que fue recopilando en un exhaustivo trabajo de campo. Se centra en el habla del norte de Extremadura con algún apunte a vocablos que comparte con las hablas de Badajoz. Su propia producción literaria se adentra en la aventura de hacer del extremeño lengua literaria y de cultura siguiendo el camino abierto por Gabriel y Galán que varios escritores han seguido después con mejor o peor fortuna como recogen tanto Viudas Camarasa como Juan Kam. El estilo de Juan Kam consigue elevar la lengua a lengua literaria, véanse la narración “La mardición de Marián” en Cuentos desconcertantes III,  los diálogos de personajes en la novela Hijos de sangre, el volumen de poesía Marabajas. Poesía extremeña o el poema que abre Per versum, “Jeríu de muerti”.

Si en los trabajos citados de los paisanos de Malpartida de Plasencia la intención era conservar para las generaciones venideras lo que ya estaba casi perdido y corría el riesgo de olvidarse como rasgo identitario de la comunidad, en los diccionarios referidos el ámbito se extiende la región de Extremadura. Abunda Viudas Camarasa en la idea de que se trata de un dialecto que tiene términos comunes con hablas limítrofes y con variantes locales dentro de la propia Extremadura. Al ser un habla carece de una grafía definida. Se apoya en los estudios filológicos y dialectales ya realizados por distintos especialistas desde las universidades para reducir de 11.000 a 8.000 los vocablos que configurarían la variedad dialectal del extremeño. El diccionario de Juan Kam da un paso más. Aunque parte de una misma documentación universitaria, propone estabilizar las grafías siguiendo la lógica interna de la lengua y abandonando los criterios fonetistas utilizados hasta ahora y defiende la idea de que el extremeño es la lengua propia y no una variedad dialectal del castellano.

La parte más entrañable de este diccionario es la inclusión de citas recogidas de los propios hablantes en gran parte de los vocablos. Al recorrerlas emerge una visión del mundo, una imaginación lingüística, quizá antes considerada llena de vulgarismos, que dejan entrever un universo peculiar impuesto por las rudas condiciones de vida y que alimentan lo mejor de su poesía extremeña y su novela bárbara, Hijos de sangre. Sin embargo, el interesante juego literario, la investigación y marcarse como objetivo hacer del dialecto lengua de cultural y literaria puede conducir a fundar una identidad peculiar que incida en las diferencias que es el camino que exploran los partidarios de los nacionalismos. Una cosa es la conservación del legado lingüístico producto de contextos históricos complejos y otra muy distinta el uso y abuso que, desde el ámbito político, puede hacerse de esta riqueza. Esto último empieza a parecerse a un virus inoculado desde las oligarquías territoriales, que enmascaradas, se perpetúan siempre. 

Lengua, territorio y poder. Esa triada a no perder de vista. 

 




viernes, 6 de septiembre de 2024

2024

 

Cardos. Emilia Oliva.
Ejercicio de acuarela. 6 septiembre 2024

 

                                Caminar orillando taludes. Los pasos, púlsar de tiempo. 

En primavera, se llenaron los taludes vecinos del parque Fernando Tomás Pérez de cabezas coronadas de espinas, en tal abundancia y con tan altos matices de azules y violetas como nunca antes fueran vistos. Donde hubo lirios silvestres, dientes de león, flores de mostaza, otros años, ahora había cardos, a cientos, a miles. Tras socarrarse al sol de meses de escasa lluvia, los perros que solían husmear gazapos y alondras entre matojos de alacraneras, bojas y estandartes huecos de avena, no se aventuraron más en la selva erizada de pinchos y se limitaron a corretear sobre el dócil césped. Conejos, alondras, tórtolas, perdices procedieron entonces, con calma, a la cría de sus vástagos en el terreno espinado.


Simultáneamente, en Islandia, la tierra se abría en corte limpio de bisturí en la carne, manando ardiente sangre en forma de lava, ceniza y ácido sulfúrico, sin parar, durante meses de modo que el olor a huevos podridos atravesó el océano y extendió el tufo nauseabundo por la atmósfera del oeste de Europa. En verano, por doquier, en vaharadas de aire azufrado, olía a podrido. El aire azufrado tiñó los atardeceres de azul turquesa llenos de brochazos de infinitos matices de grises azulados.


Libélula, Emilia Oliva.
Ejercicio de acuarela. Agosto 2024.


Sin embargo, lo auténticamente extraordinario, por su insólita ocurrencia fue el revoloteo que, durante el mes de agosto, iluminó las piscinas desde Cuenca al Estrecho de Gibraltar, y más al oeste, en Extremadura y probablemente hasta en el Alentejo en Portugal. Llegaban gráciles y frágiles hadas a beber del bordillo, se paraban curiosas y nos escrutaban un instante con sus innumerables ojos -todo ojos su cabeza-, y nos sobrecogía la intensidad en rojo de su cuerpo filiforme, la imposible transparencia carmín de sus alas. Los que no se conocían, por primera vez hablaban entre sí. Los niños absortos en sus pantallas, olvidaban de pronto sus juegos cibernéticos y atrapados por la sutileza de su figura y su errático vuelo, empezaron a preguntar su nombre, si picaban, si había que matarlas. Contra todo pronóstico, unánime fue la decisión sin mediar palabra de admirar sus idas y venidas, no ocasionarles daño.

Luego supimos de la plaga de termitas que asolaba los chopos blancos y, entonces, comprendimos, que su diminuto esplendor era la mayor defensa para el ejército que formaban contra la plaga que carcomía, desde el mismo corazón del tronco, los árboles de sombra disputada por los bañistas.

 

No hicimos daño a las libélulas durante el verano. 


A partir de septiembre, apagado su encendido resplandor, las termitas retomaron su labor de zapa y las guerras en carne viva, que las vacaciones de periodistas, políticos y veraneantes habían puesto en sordina, volvieron a las noticias, Como baba de tinta negra en la albura del acerado apareció escrito “GARZO” con trazos amontonados de letras. Los ojos de las mujeres afganas se abrieron azules en la memoria conjurando el progresivo eclipse decretado: ni voz, ni grito, ni canto. Como lava ardiente cayó la ejecución, a manos de quien nada quiere negociar, de los 6 jóvenes secuestrados en el concierto y rehenes de días sin término minutos antes de su rescate.  Una chiquilla en Palestina levantó la voz y lo invisible se hizo cuerpo en su pregunta: ¿Dónde estaba Egipto? ¿Dónde los países árabes? ¿Por qué los niños morían en Gaza mientras los otros niños árabes vivían felices a salvo? Se desangró de nuevo la luna y giraron en órbitas precisas el sol, los planetas y las otras estrellas, como era su costumbre. 


martes, 16 de julio de 2024

De mozos, doncellas y cipreses.

 

S/T Emilia Oliva. Acuarela. 2021.

Protestan a coro, en el mentidero público de las redes, el yuyu que le da a abundantes residentes cacereños, el paseo bordeado por enhiestos cipreses en el barrio de Montesol en Cáceres. Recuerdo la sorpresa que me produjo en la novela Los trabajos de Persiles y Segismunda de Cervantes la insistente descripción de la belleza de la dama y el caballero. Pensaba, como joven que era yo entonces, que, como jóvenes, la hermosura se daba por sentada, que no procedía insistir tanto en ella a cada tramo de aventura, o detallar la sorpresa que provocaba entre el gentío. La belleza de los protagonistas parecía elevarse como la cualidad más resaltable. Luego me dio por cavilar en ello y de aquella cavilación aún recuerdo que la belleza, tan exaltada, si lo era, también en la poesía de aquel siglo, e incluso en Dulcinea, y de qué exagerado modo, debía proceder de algo que se me escapaba. Hasta que caí: las enfermedades que marcaban de cicatrices indelebles cara y cuerpo. Quien hubiera escapado a la muerte y sobrevivido a la enfermedad (peste, lepra, viruela, disentería, artrosis, envejecimiento prematuro…) no salía indemne. Amén de heridas y amputaciones en el campo del trabajo, de defensa del honor, de las armas, de los avatares de la época. La exaltación de la belleza, sin duda, se debía, al hecho raro y excepcional que constituía, no a su abundancia. 

Hace escasos meses, descubrí con profundo enojo y podría calificar de dolor en no sé qué parte de mí misma, los desmochados cipreses de la mediana de entrada a Cáceres desde Trujillo, a la altura del complejo universitario, que interpretara en una de mis primeras acuarelas de paisajes (la que ilustra en cabecera este texto). De la esbelta figura desafiante al mismo cielo, tan hermosamente captada por Gerardo Diego en su “Ciprés de Silos”, quedaban rechonchos arbustos de oscuro verdor aislado, sin vocación siquiera de seto, desmadejados, huecos.

Quizá sea que padezco enfermedad de excesivas lecturas (como el loco hidalgo) o alumbramientos de realidad de poetas, y lo que veo no se corresponde en nada con lo que ven los otros que no sufren de infinidad de parques infantiles sin niños, de senderos de excrementos de mascotas y de árboles enfermos en alcorques por doquier. La belleza y hermosura de los jóvenes, quizá por abundante después del largo periodo de abundancia y buena nutrición harto excepcional en la historia, haya decaído en valor por exceso. La fascinación por lo monstruoso como reapropiación del cuerpo está en todo su apogeo para beneficio de charlatanes, cirujanos del todo es posible e industrias farmacéuticas. Lo mismo quizá suceda con árboles, plantas, parques, prados de exclusivo verdor donde hasta hace dos días hubo secarrales inmensos que todavía rodean las islas de verdor a poco que se levante la vista de los veladores de bares y terrazas o se salga por las “rutas del colesterol”. Me temo que si el ruidoso rebotar de mensajes en pro del yuyu que provocan las dos hileras de cipreses, que vaya usted a saber por qué miedos irracionales molestan, es oído por instancias que valoran en votos cada oportunidad de intervención, pronto estarán mochos y formarán espeso muro de lamentaciones. Se desea un paisaje urbano libre de estorbos, uniforme y con las mismas gigantes letras repetidas para indicar al torpe viajero su ubicación geográfica. Por todas partes, la misma fealdad erigida en criterio. ¡Qué hastío!


domingo, 19 de mayo de 2024

Crónica de un día de feria del libro atípico

 


A José Cercas, cercano siempre, sin doblez

Desconozco todo de cómo se lleva a cabo el montaje de una feria del libro. Ignoro el proceso, de quién parte la iniciativa, cómo se gestionan los contactos, los invitados a participar, cómo se financia o se licita. Sé que el objetivo es que las editoriales dispongan de un espacio donde difundir su catálogo de edición y poner en contacto a los lectores con los autores en breves encuentros; que los libreros expongan su fondo editorial. El concepto de feria tiene que ver con mercado, sitio donde se compra y se vende. En este caso no hay intercambio libre de mercancías, como en otras ferias, las de ganado, por ejemplo, donde cualquiera puede ir a vender los animales que tiene (pero aquí no sé de lo que hablo, hablo de lo que recuerdo que eran las ferias de ganado que vi o que oí contar, de niña, de la de Plasencia junto al río Jerte, no deben ser ya lo mismo). En las del libro, hay una mercancía, el libro, y unos creadores de obras que son invitados a la feria a través de los intermediarios que son los editores. La feria del libro es el mercado de la industria editorial. Hay ferias de grandes editoriales y hay ferias donde hay de todo un poco, imagino.  He ido a las ferias más como lectora, en busca de la rebaja en el precio del libro que ya tenía pensado adquirir que como escritora invitada o fan de escritor concreto. Me ha parecido siempre que el encuentro privilegiado con los escritores ha de hacerse a través de sus escritos, leyéndolos. Cuando el escritor es inteligente, culto, leído y con criterio propio, oírlo es un gozo, sí, pero efímero. Imprescindible cuando se es joven, por la huella indeleble que deja; necesario de adulto cuando se trata de ampliar el campo de visión. Pero no es de esto de lo que quiero hablar. Lo que me trae a pensar en voz alta hoy es la vivencia personal de un día de feria atípico en Trujillo. Fui como quien va a mostrar lo suyo (porque y de lo mío qué) bajo una carpa a una hora que no sería multitudinaria. Pero ya sé que la asistencia es irregular, fluctuante. Tampoco sé por qué en un momento determinado hay gente a la puerta sin atreverse a entrar en la carpa porque desde los micrófonos les ha llegado un rumor que atrapa su curiosidad. De ese misterio, de lo que sucedió bajo la carpa, es de lo que quiero dejar constancia hoy. De lo que se hizo cuerpo, se fue condensando poco a poco en ese mínimo espacio, ese algo muy grande que está en peligro. Y que todavía no me atrevo a nombrar.

La cosa empezó con tropiezos. Un cierto retraso. Pero allí, bajo la rutilante luz de la plaza de Trujillo, el ajetreo de grupos de turistas, la voz de los guías que se extendía desde el ángulo de la casa-palacio del Marqués de la Conquista, la hilera de casetas de libros en el aterrazamiento de la costanera y las terrazas al sol atiborradas de desayunantes junto a los soportales, invitaba al garbeo y la espera, la mirada y la escucha. La cosa empezaba rara porque la feria de cuentos para niños empezaba sin niños. Un conejo salió en busca y captura de los niños que anduvieran por las inmediaciones, cual flautista de Hamelin, con sus solas orejas y, desde la carpa, se invitaba al reciento con voz seductora y amable. El milagro se produjo y allí llegaron, tímidamente primero, luego casi en tropel, los niños.

El sol, la música, la alegría del cuento, los personajes, los conflictos cotidianos llenaron la carpa de palabras esenciales. La compañía Algarabía, un puñado de mujeres irradiando luz que deslumbraba más de lo permitido fuera de la carpa y cuya luminosidad hubo que modular para no interferir en la vida de los otros: la vida misma.

La vida se colaba otra vez en la voz de José Manuel Vivas y Ana Bermejo con su lectura de textos entrelazados en un libro, Cartografía de vida. La vida es el único espacio cartografiable y tan difícil de acotar que conocer el proceso del entramado que los escritores ofrecían, fue pregunta pertinente, enriquecedora, porque abría a otras posibilidades de escritura: ¿narración a cuatro manos?

De mi turno, me gustó la participación de los asistentes con sus comentarios y preguntas. Sin duda, porque Basilio Rodríguez, de Sial Pigmalión, fue hilando para dar claves de mi escritura y trayectoria al hilo de la lectura. Me sorprendió una pregunta lanzada por José Julián Barriga, que presentaría después En defensa de la Transición (Memorias de un testigo afortunado) del que lamentablemente me perdí casi la totalidad de su intervención mientras dibujaba en briznas de quien la dedicatoria a los lectores. ¿A qué creía yo que se debe la gran cantidad de poetas y escritores, y de nivel, en Extremadura? Pude comentar sin prisas, pensando la respuesta, los múltiples factores que podían favorecer esa situación. El tiempo no estuvo tasado, a ningún participante. Esa liberalidad, permitió hacer visible lo que está en juego. Este día de feria constituyó un microcosmos en el que pudimos asomarnos al mundo que habitamos con mirada amplia.

Una lectora, mientras dibujaba su dedicatoria, me hizo notar que se había producido un halo alrededor de nuestras cabezas mientras leía los poemas. Intenté hacerle comprender que la intensísima luz de ese día, atravesado el cielo por algunas nubes de algodón, produciría reflejos y reverberaciones en los objetos del interior de la carpa. Pero me insistió, no, sale de los cuerpos.

Y sí, tenía razón, lo vi después, el aura, durante la intensa lectura de poesía amorosa más allá de la edad propicia de José H. Velázquez, Versos en la niebla. Salía de los cuerpos proyectados sobre la blancura de la lona de fondo de la carpa, donde las sombras de hojas de palmera se cimbreaban en un lateral. Era el mismo deslumbramiento que provoca la luz del sol cuando penetra en la retina y deja danzando en el aire, como un negativo fotográfico, la imagen vista al cambiar el rumbo de la mirada. Sin apartar los ojos del poeta que leía, la vibración de la luz blanquísima emitía un destello más refulgente aún que le silueteaba. Pero también se producía en Julieta Deossa, la presentadora, o Basilio Rodríguez a poco que se fijara la mirada en ellos. Un punto de magia que no era tal, pero daba para elucubrar que lo fuera, porque era extraño sin distraer de lo que llenaba el aire en ese instante, la voz melodiosa a ratos o casi tronante.

Tras la sobremesa, el cansancio del cuerpo solicitó acomodo en una peña, a la sombra de la iglesia, en un estrecho callejón lateral donde hilachas de vegetación y una higuera que crecían entre las juntas, se mecían movidas por la reconfortante brisa y llegué tarde a la carpa. Me perdí Los pies de los bailarines de Charo Alonso.

Justo Bolekia Boleká presentó Berilá Waalé, con una ampliación gozosa provocada por las preguntas de Basilio Rodríguez. Nos condujo y recondujo por sus muchas obras, su trayectoria vital, su lengua, la situación de Guinea ecuatorial. Allí, lo que iba tomando cuerpo bajo la carpa más sólido que un halo, empezó a estar nítido. Dejaba de ser un aura que resplandecía a ratos forzando la mirada, para entrar con contundencia de cuerpo. No puedo traer la anécdota narrada por el autor de la propuesta que le hicieron los gobernantes de Guinea ecuatorial para que el autor volviera a su país. Quedó claro, lo que le impedía volver, lo que no le ofrecerían nunca y de lo que ya disfruta como residente en España. De calado, me pareció la extrañeza sobre la situación de los escritores en español de su país que no pueden acogerse a ningún tipo de reconocimiento literario de prestigio en el nuestro porque ni siquiera se ha habilitado un premio en el que puedan participar los autores de las antiguas colonias, pero que sí existen en otros países europeos: el Goncourt en Francia, el Camöens, en Portugal, etc… máxime cuando Guinea ecuatorial fue una provincia de España, recibiendo enseñanza religiosa, histórica, científica, literaria en español, según los planes de estudios vigentes en la época. Pero no es el abandono, que tan fácil ha resultado siempre a nuestros dirigentes, lo que estaba tomando cuerpo dentro de la carpa. En su corazón mismo.

De la presentación a cargo de la Editora Regional de Extremadura, Antonio Giral, su director, acompañó a dos novelistas: Antonio González Prado y Álvaro Solís Llano, con sendas novelas ubicadas en épocas y lugares diferentes: una, en Castilla en la segunda república, El grillo que cantaba bajo la luz del cine; la otra, en la Francia revolucionaria del XIX, Como un cuerpo cae muerto. Después, de la mano de Sial Pigmalion, llegó una novela de Damián Gallego, La serpiente interior, que entronca con la cada vez más abundante tradición de novelas sobre Extremadura (ver en el enlace más referencias de novelas que tratan o tienen a Extremadura como fondo): Jarrapellejos, de Felipe Trigo, La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela o, la más reciente, Hijos de sangre de Juan Kam. De todas ellas parecían emerger componentes que iban engrosando ese cuerpo no visible pero que empezaba a ser casi palpable.

Algo fascinante estaba sucediendo de calado, que iba acumulando retrasos de una en otra presentación por necesidad de hondura, y culmina (o yo tuve que hacerlo terminar dada la hinchazón de mi pie izquierdo) con la más que presentación, conferencia, de Javier Rupérez de su libro De Helsinki a Kiev. La destrucción del orden internacional. No puedo dar cuenta de lo que siguió La princesa mestiza de Carmen Sánchez Risco y la entrega de los Premios de la Feria: mejor autor extremeño, Diego Doncel, y mejor autor foráneo, José H. Fernández. Lo que ya más que aletear, invisible, desde el centro, planeaba sobre todos los asistentes en la carpa, lanzaba su destello deslumbrante era LIBERTAD. No importa cuántas veces se diga la palabra democracia ni quienes valoren democráticos usos y maneras de gobiernos que no lo son. Lo que el gobierno de Guinea ecuatorial no podía ofrecer al autor exiliado, ya de peso, en España era justamente eso: LIBERTAD.  Lo que dejó meridianamente clara la intervención de Javier Rupérez que se inicia recordando el preámbulo de la Carta de Naciones Unidas con la constatación de que una misma generación de europeos había vivido dos guerras mundiales, es el precipicio sobre el que caminamos: LIBERTAD o ¿?

El germen de todo libro: LIBERTAD o propaganda. Esos cimientos que construyen sociedades llenas de vida y de dificultades, claro, o invivibles. LIBERTAD, ese destello que atraviesa los siglos. ¿La LIBERTAD se puede imponer? ¿Se debe defender? ¡Ay!


sábado, 13 de abril de 2024

Fijar el día antes de que anochezca

 


Apunte poemas. Tamara Domenech

VI Premio de poesía Centrifugados/Puebla de San Gil. Isla de San Borondón, Ed. Liliputienses, 2024.

 

Doy a José María Cumbreño, el editor, un ejemplar de briznas de quien (Sial Pigmalión, 2024) y me corresponde con Apunte poemas de Tamara Domenech. Me gusta asomarme a un libro de poemas sin saber nada del autor, nada de su biografía o trayectoria. Asomarme desde el título, el índice y con ojeada rápida, al azar, antes de decidir si entro o no en el libro. El índice de Apunte poemas, con sus títulos de poemas, resulta a primera vista anodino.  Me pregunto si son poemas ya o meros proyectos, “apunte” lo que nos ofrecerá la autora. Los títulos parecen notas de un diario sin interés: “compañera, aprender, juventud, presentaciones…”. Pienso en la ambigüedad del título. ¿Apunte previo al disparar? Hay una biobibliografía al final. Me llama la atención que la autora premiada no es desconocida para la editorial; Liliputienses ya ha publicado La escuela, el castillo en 2020. El ojeo de poemas me lleva a pensar que quizá esté ante un libro de poesía a “ras de tierra”, en la que indagué en briznas de quien. El yo del poema parece ser el autobiográfico del autor, son gestos, acciones que ha hecho en algún momento. A no ser que se trate de una figuración… 

Entro en el libro, preparada para el desengaño. ¿Qué puede haber en lo cotidiano de la vida del poeta que pueda ser de interés para un hipotético lector? No es hasta el poema “Baile” (pág. 17) cuando la voz, que me sigue pareciendo anodina, me atrapa y me dice: aquí, en estas notas casi banales de diario, hay un poema, porque late la mirada con la extrañeza de quien no entiende el mundo. Ve, simplemente, dice lo que ve, y en ese ver que nos detalla minuciosamente se alza el enigma del poema. El camino de desconcierto por el que quiere llevarme.

          Estoy por cruzar la calle

alzo la vista y veo que cae

una hoja seca de la rama de un plátano.

El viento de junio la mueve de aquí para allá

un titiritero que la hace pasear

por cada una de las ventanas de los departamentos a y b

de un edificio que está en una esquina.

Si fuera la vida, pienso,

en la cantidad de personas, por piso, que tuvieron la

posibilidad de admirar un baile lento hasta tocar el suelo.

Me recuerda, a trechos, la escritura de algunos escritores del “nouveau roman” en su minuciosidad para revelar lo real (exterior e interior), a veces desesperante, para el lector que quiere un rápido enganche con la trama o con la emoción y no encuentra ni trama, ni emoción. Hay una neutralidad de hielo en los poemas que va calando como la lluvia fina, una mirada ética, una realidad que hay que transformar, la fe en el compromiso del escritor para cambiar el mundo porque el inventario (recurso permanente a la enumeración) deja un remanente de cansancio, de sin sentido que trasciende las vidas que se ven reflejadas en el poema: “(…) creo que escribo para que los personajes / que tienen lugares establecidos / se aventuren a otros y pasen a la acción (…)”

Sólo a veces, en un gesto involuntario en la dinámica robotizada de lo cotidiano, brilla la luz, acaso la esperanza. Así sucede en el poema “Luces livianas”:

Una nena sentada enfrente mío en el colectivo

lleva dos globos

uno naranja y otro amarillo

cada vez que los saca, apenas, por la ventanilla

rebota el sol

como si fuera posible

trasladar luces livianas con las manos.

El tedio de nombrar lo real con las palabras de uso cotidiano, se rompe a veces con imágenes certeras que abren el “apunte” al “poema” como en “Ingenuidad y avidez” que se inicia con dos versos como un hachazo: “No es fácil dormir cuando llega la noche. La mente deambula de aquí para allá parece una rata”.

En “Universo o dios” (pág. 83), para que no desfallezcamos, parece facilitarnos la autora una clave de lectura.

La abertura en una casa en construcción

me hace pensar en la relación entre realidad afuera

y la fantasía adentro

de un espacio oscuro y abierto

como el universo o dios.

Ser, sería dar cuenta, así, sin florituras, de lo que acontece y a lo que asistimos como testigos mudos. Fijar el día, antes de que anochezca.


domingo, 7 de abril de 2024

Cuando ver no es lo mismo que mirar

 

 

No tenía ninguna imagen mental de Villamuriel de Campos. De los encuentros con Yolanda Pérez Herreras, alguna anécdota, sus vivencias y fiestas y, si no recuerdo mal, un enterramiento en un corral de gallinas de un montón de cuadernos de escritura personal como performance. Así que recibir Aproximaciones. Caminos y sendas de Villamuriel de Campos ha venido a concretar que ese pueblo perdido para mí en la amplia llanura de la meseta castellanoleonesa, tiene rostro. Tiene rostro siempre de Yolanda Pérez Herreras y hoy, visto, lo veo desde sus pasos y su mirada, y ha sido un viaje nocturno muy sugerente. A las hermosas fotografías que nos muestran la belleza de las sendas recorridas sistemáticamente del 30 de junio al 3 de septiembre de 2031, se añade la preparación previa de las incursiones (material fotográfico, información, consultas a los paisanos, etc.), los caminos recorridos, los pasos, minutos, kilómetros calorías, un poema de Pilar González España como obertura y códigos QR al final “contemplar el silencio” (que no he podido abrir, pero no soy ducha con ese artilugio).

Lo fascinante del recorrido es que, a la narración del momento del caminar, la preparación, las dificultades, tropiezos del trayecto y a las impresiones que provoca el paisaje o los recuerdos que evoca, se le van colando, en el ritmo de la escritura, un vocabulario extraordinario y unas reflexiones cuajadas de imágenes, metáforas certeras y de gran belleza.  El texto respira con la misma amplitud sin márgenes que los horizontes sin fin que nos muestran muchas de las fotografías. Todo es sencillo, cotidiano, diáfano, bañado por la luz y el fulgor de lo que ha penetrado piel adentro y se remansa antes de salir a la página en blanco. La mirada de quien se asoma al paisaje para verlo en toda su amplitud, con todas sus huellas. Una gozosa lectura que, en la noche, me ha llevado hasta esos caminos como si yo misma la acompañara, en el trayecto, sí,  también en las reflexiones con palabras que me asaltaron -de otro espacio, otro tiempo o de otra lengua- y se han quedado tintineando en la cabeza.

Cagalitas

Charambita

Molondros

Giganteas

Rebujo

Buchín

Guijos

Soledumbre

Majuelo

Cuévanos

Cardeñas

Sapada

Esguarneó

Esparajismos

No puedo sino acatar lo que con tan buen tino nos dice Yolanda Pérez Herreras en este su caminar por caminar:

“No existen los atajos en estos caminos y sendas, como no existen circunvalaciones en la búsqueda de los propósitos anhelados en el peregrinar de la vida: lo que está es lo que hay, sin zarandajas ni pamplinas. Transitar es un propósito en sí mismo, con las alforjas que nos han sido asignadas… y que nosotros mismos hemos ido cargando con más o menos tino.”