domingo, 19 de mayo de 2024

Crónica de un día de feria del libro atípico

 


A José Cercas, cercano siempre, sin doblez

Desconozco todo de cómo se lleva a cabo el montaje de una feria del libro. Ignoro el proceso, de quién parte la iniciativa, cómo se gestionan los contactos, los invitados a participar, cómo se financia o se licita. Sé que el objetivo es que las editoriales dispongan de un espacio donde difundir su catálogo de edición y poner en contacto a los lectores con los autores en breves encuentros; que los libreros expongan su fondo editorial. El concepto de feria tiene que ver con mercado, sitio donde se compra y se vende. En este caso no hay intercambio libre de mercancías, como en otras ferias, las de ganado, por ejemplo, donde cualquiera puede ir a vender los animales que tiene (pero aquí no sé de lo que hablo, hablo de lo que recuerdo que eran las ferias de ganado que vi o que oí contar, de niña, de la de Plasencia junto al río Jerte, no deben ser ya lo mismo). En las del libro, hay una mercancía, el libro, y unos creadores de obras que son invitados a la feria a través de los intermediarios que son los editores. La feria del libro es el mercado de la industria editorial. Hay ferias de grandes editoriales y hay ferias donde hay de todo un poco, imagino.  He ido a las ferias más como lectora, en busca de la rebaja en el precio del libro que ya tenía pensado adquirir que como escritora invitada o fan de escritor concreto. Me ha parecido siempre que el encuentro privilegiado con los escritores ha de hacerse a través de sus escritos, leyéndolos. Cuando el escritor es inteligente, culto, leído y con criterio propio, oírlo es un gozo, sí, pero efímero. Imprescindible cuando se es joven, por la huella indeleble que deja; necesario de adulto cuando se trata de ampliar el campo de visión. Pero no es de esto de lo que quiero hablar. Lo que me trae a pensar en voz alta hoy es la vivencia personal de un día de feria atípico en Trujillo. Fui como quien va a mostrar lo suyo (porque y de lo mío qué) bajo una carpa a una hora que no sería multitudinaria. Pero ya sé que la asistencia es irregular, fluctuante. Tampoco sé por qué en un momento determinado hay gente a la puerta sin atreverse a entrar en la carpa porque desde los micrófonos les ha llegado un rumor que atrapa su curiosidad. De ese misterio, de lo que sucedió bajo la carpa, es de lo que quiero dejar constancia hoy. De lo que se hizo cuerpo, se fue condensando poco a poco en ese mínimo espacio, ese algo muy grande que está en peligro. Y que todavía no me atrevo a nombrar.

La cosa empezó con tropiezos. Un cierto retraso. Pero allí, bajo la rutilante luz de la plaza de Trujillo, el ajetreo de grupos de turistas, la voz de los guías que se extendía desde el ángulo de la casa-palacio del Marqués de la Conquista, la hilera de casetas de libros en el aterrazamiento de la costanera y las terrazas al sol atiborradas de desayunantes junto a los soportales, invitaba al garbeo y la espera, la mirada y la escucha. La cosa empezaba rara porque la feria de cuentos para niños empezaba sin niños. Un conejo salió en busca y captura de los niños que anduvieran por las inmediaciones, cual flautista de Hamelin, con sus solas orejas y, desde la carpa, se invitaba al reciento con voz seductora y amable. El milagro se produjo y allí llegaron, tímidamente primero, luego casi en tropel, los niños.

El sol, la música, la alegría del cuento, los personajes, los conflictos cotidianos llenaron la carpa de palabras esenciales. La compañía Algarabía, un puñado de mujeres irradiando luz que deslumbraba más de lo permitido fuera de la carpa y cuya luminosidad hubo que modular para no interferir en la vida de los otros: la vida misma.

La vida se colaba otra vez en la voz de José Manuel Vivas y Ana Bermejo con su lectura de textos entrelazados en un libro, Cartografía de vida. La vida es el único espacio cartografiable y tan difícil de acotar que conocer el proceso del entramado que los escritores ofrecían, fue pregunta pertinente, enriquecedora, porque abría a otras posibilidades de escritura: ¿narración a cuatro manos?

De mi turno, me gustó la participación de los asistentes con sus comentarios y preguntas. Sin duda, porque Basilio Rodríguez, de Sial Pigmalión, fue hilando para dar claves de mi escritura y trayectoria al hilo de la lectura. Me sorprendió una pregunta lanzada por José Julián Barriga, que presentaría después En defensa de la Transición (Memorias de un testigo afortunado) del que lamentablemente me perdí casi la totalidad de su intervención mientras dibujaba en briznas de quien la dedicatoria a los lectores. ¿A qué creía yo que se debe la gran cantidad de poetas y escritores, y de nivel, en Extremadura? Pude comentar sin prisas, pensando la respuesta, los múltiples factores que podían favorecer esa situación. El tiempo no estuvo tasado, a ningún participante. Esa liberalidad, permitió hacer visible lo que está en juego. Este día de feria constituyó un microcosmos en el que pudimos asomarnos al mundo que habitamos con mirada amplia.

Una lectora, mientras dibujaba su dedicatoria, me hizo notar que se había producido un halo alrededor de nuestras cabezas mientras leía los poemas. Intenté hacerle comprender que la intensísima luz de ese día, atravesado el cielo por algunas nubes de algodón, produciría reflejos y reverberaciones en los objetos del interior de la carpa. Pero me insistió, no, sale de los cuerpos.

Y sí, tenía razón, lo vi después, el aura, durante la intensa lectura de poesía amorosa más allá de la edad propicia de José H. Velázquez, Versos en la niebla. Salía de los cuerpos proyectados sobre la blancura de la lona de fondo de la carpa, donde las sombras de hojas de palmera se cimbreaban en un lateral. Era el mismo deslumbramiento que provoca la luz del sol cuando penetra en la retina y deja danzando en el aire, como un negativo fotográfico, la imagen vista al cambiar el rumbo de la mirada. Sin apartar los ojos del poeta que leía, la vibración de la luz blanquísima emitía un destello más refulgente aún que le silueteaba. Pero también se producía en Julieta Deossa, la presentadora, o Basilio Rodríguez a poco que se fijara la mirada en ellos. Un punto de magia que no era tal, pero daba para elucubrar que lo fuera, porque era extraño sin distraer de lo que llenaba el aire en ese instante, la voz melodiosa a ratos o casi tronante.

Tras la sobremesa, el cansancio del cuerpo solicitó acomodo en una peña, a la sombra de la iglesia, en un estrecho callejón lateral donde hilachas de vegetación y una higuera que crecían entre las juntas, se mecían movidas por la reconfortante brisa y llegué tarde a la carpa. Me perdí Los pies de los bailarines de Charo Alonso.

Justo Bolekia Boleká presentó Berilá Waalé, con una ampliación gozosa provocada por las preguntas de Basilio Rodríguez. Nos condujo y recondujo por sus muchas obras, su trayectoria vital, su lengua, la situación de Guinea ecuatorial. Allí, lo que iba tomando cuerpo bajo la carpa más sólido que un halo, empezó a estar nítido. Dejaba de ser un aura que resplandecía a ratos forzando la mirada, para entrar con contundencia de cuerpo. No puedo traer la anécdota narrada por el autor de la propuesta que le hicieron los gobernantes de Guinea ecuatorial para que el autor volviera a su país. Quedó claro, lo que le impedía volver, lo que no le ofrecerían nunca y de lo que ya disfruta como residente en España. De calado, me pareció la extrañeza sobre la situación de los escritores en español de su país que no pueden acogerse a ningún tipo de reconocimiento literario de prestigio en el nuestro porque ni siquiera se ha habilitado un premio en el que puedan participar los autores de las antiguas colonias, pero que sí existen en otros países europeos: el Goncourt en Francia, el Camöens, en Portugal, etc… máxime cuando Guinea ecuatorial fue una provincia de España, recibiendo enseñanza religiosa, histórica, científica, literaria en español, según los planes de estudios vigentes en la época. Pero no es el abandono, que tan fácil ha resultado siempre a nuestros dirigentes, lo que estaba tomando cuerpo dentro de la carpa. En su corazón mismo.

De la presentación a cargo de la Editora Regional de Extremadura, Antonio Giral, su director, acompañó a dos novelistas: Antonio González Prado y Álvaro Solís Llano, con sendas novelas ubicadas en épocas y lugares diferentes: una, en Castilla en la segunda república, El grillo que cantaba bajo la luz del cine; la otra, en la Francia revolucionaria del XIX, Como un cuerpo cae muerto. Después, de la mano de Sial Pigmalion, llegó una novela de Damián Gallego, La serpiente interior, que entronca con la cada vez más abundante tradición de novelas sobre Extremadura (ver en el enlace más referencias de novelas que tratan o tienen a Extremadura como fondo): Jarrapellejos, de Felipe Trigo, La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela o, la más reciente, Hijos de sangre de Juan Kam. De todas ellas parecían emerger componentes que iban engrosando ese cuerpo no visible pero que empezaba a ser casi palpable.

Algo fascinante estaba sucediendo de calado, que iba acumulando retrasos de una en otra presentación por necesidad de hondura, y culmina (o yo tuve que hacerlo terminar dada la hinchazón de mi pie izquierdo) con la más que presentación, conferencia, de Javier Rupérez de su libro De Helsinki a Kiev. La destrucción del orden internacional. No puedo dar cuenta de lo que siguió La princesa mestiza de Carmen Sánchez Risco y la entrega de los Premios de la Feria: mejor autor extremeño, Diego Doncel, y mejor autor foráneo, José H. Fernández. Lo que ya más que aletear, invisible, desde el centro, planeaba sobre todos los asistentes en la carpa, lanzaba su destello deslumbrante era LIBERTAD. No importa cuántas veces se diga la palabra democracia ni quienes valoren democráticos usos y maneras de gobiernos que no lo son. Lo que el gobierno de Guinea ecuatorial no podía ofrecer al autor exiliado, ya de peso, en España era justamente eso: LIBERTAD.  Lo que dejó meridianamente clara la intervención de Javier Rupérez que se inicia recordando el preámbulo de la Carta de Naciones Unidas con la constatación de que una misma generación de europeos había vivido dos guerras mundiales, es el precipicio sobre el que caminamos: LIBERTAD o ¿?

El germen de todo libro: LIBERTAD o propaganda. Esos cimientos que construyen sociedades llenas de vida y de dificultades, claro, o invivibles. LIBERTAD, ese destello que atraviesa los siglos. ¿La LIBERTAD se puede imponer? ¿Se debe defender? ¡Ay!