miércoles, 6 de enero de 2021

6 de enero de 2021

 

Fiebre del automóvil 1973. Museo Vostell. Imagen tomada de HOY

Hace algunos años, quien fuera concejala del ayuntamiento, me contó que su casa fue la primera casa diseñada y construida por un arquitecto en Malpartida de Plasencia. Era un hecho que ponía de manifiesto lo lejos que estaba esa Malpartida de lo que tenía lugar ya en el mundo. Lo dijo con cierto orgullo de familia y de ancestros previsores. Imagino que influida por esa profunda fe de todo político en el progreso de los tiempos, el avance hacia un mundo mejor que posibilita la política y el bienestar de los hombres que favorece el desarrollo de la técnica y la división del trabajo. 

Al disponer de los planos y la cimentación de la construcción originaria, había podido ser ampliada, crecer a lo alto, e incluso había sido posible instalar una amplia terraza con piscina, sin riesgo para la estructura, cerca del cielo, casi a la altura de la torre de la iglesia. Atrás quedaba esa forma popular de tener una casa: levantarla sobre o desde lo poco heredado con las propias manos. Después de los bloques de pisos del franquismo, llegó el furor de los unifamiliares y los chalets, según los recursos disponibles que dieran ingresos fijos y créditos bancarios. Primero a intereses altos, lo que fomentaba el ahorro. Luego a intereses bajos, pero con precios de suelo especulado y disparado. Fue un logro de la economía de mercado para la redistribución de la riqueza y la integración en la política económica de la unión europea. Penalizar el ahorro para que el dinero fluyera por todas las arterias del sistema. Consumir, viajar y construir, siempre más y, en apariencia, más barato. Al alcance de todos. Carreteras, autopistas, recientemente, aves (sin alas). La casa más grande, las vacaciones más lejos, los coches más seguros y menos contaminantes hicieron impensables los viajes en familia en los reducidos espacios de un seat seiscientos o un dos caballos. En ese momento ya había llegado a Malpartida de Cáceres, la otra Malpartida, Wolf Vostell y sus obras. No es que no estuviéramos advertidos. Nos lo dijo con una sentencia que publicó en múltiples periódicos del mundo y de la región, en formato anuncio “Son las cosas que no conocéis las que cambiarán vuestras vidas”. 

Hechos y comportamientos aparentemente banales, cotidianos, propician sucesos de dimensiones catastróficas. Pienso en la distorsión que introduce una silla de bebé en el espacio vital, no el bebé en sí, hecho ancestral, sino el objeto silla de bebé. Me parece ahora que ha tenido repercusiones incalculables. La comodidad de un paseo a pie puede resultar intrascendente. La libertad de un paseo en vehículo de tracción mecánica –el bebé seguro- se traduce en términos de horas de trabajo que hay que añadir y modificación de la ley de seguridad, normativa de fabricación, coste de producción, volumen que ocupa. El espacio es entonces un problema por resolver: en el piso, el coche, la vida. El espacio que ocupa un objeto, una silla de bebé cuando ya no son suficientes los brazos. Y todos y cada uno de los objetos de los que nos vamos rodeando.

Todo lo que hemos perdido se resume en la noticia del periódico HOY: Mi regalo de Reyes es derribar mi vivienda en la zona de La Vinosilla” (Ana Belén Hernández, Plasencia, 6 enero 2021, 09:05). La legislación aprobada, la denuncia previa y la sentencia de un juez obligan a Santiago Santos Gil a derribar su única casa, de 55 metros cuadrados, construida en 2011, porque la ha hecho sin permisos, en zona no urbanizable. Santiago Santos Gil no ha entendido que ya no vive en el mismo territorio vital de sus ancestros, donde uno podía construir una casa con sus manos sin más licencia que la de ser dueño del terreno que iba a habitar, cédula de habitabilidad para enganches de luz y agua, y poco más. 

Vuelvo a la otra Malpartida, y al Museo Vostell para visitar mentalmente la enorme langosta articulada que es la instalación Fiebre del Automóvil (1973). “Un Cadillac rodeado de platos, del que salen tres rastrillos que reaccionan al paso de transeúntes con movimientos perpendiculares, varios martillos y dos maniquíes, tumbados al lado del coche, cubiertos por planchas de plomo” (NORBA, Revista de Arte, vol. XXXV (2015) / 243-253). Ayer me comentaba César Velasco, director del Museo Pérez Comendador-Leroux (Hervás) que los museos no son actividad necesaria en esta situación de pandemia y son de las primeras cosas que cierran, junto a las bibliotecas. Pienso que debe ser por la respiración contagiosa de las obras de arte. Esa plaga. 

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