martes, 16 de febrero de 2021

¿Qué sabemos acá?

 

gallo campanero, emilia oliva. Cera sobre papel. 14,2 x 10,5 cm. 

 

 

                                               Al gallo campanero de Barcarrota


Desde hace más o menos una semana un hecho anodino tiene lugar en mi casa. Entra una llamada telefónica donde, desde una computadora –no me cabe la menor duda-, una dulce voz femenina, como debe sonar sin duda la seductora voz de los ángeles de la muerte, me dice, en inglés, una sola palabra. Tras un largo y absoluto silencio, como si nada fuera ya capaz de producir un roce, un chirrido, un soplo o una ráfaga en el universo, me dice, melosamente: Good-bye. Y, automáticamente, cuelgo. 

 

Ayer, la llamada automática cambió de hora. No lo hizo a las 10 de la noche sino a las 3 de la tarde, justo en el momento en que disponía la mesa para empezar a comer. No tuve el sosiego suficiente para preguntarme por el cambio horario. Esta mañana, al despertar, tras haber dormido profundamente durante toda la noche, me ha venido a la cabeza la llamada de ayer, y las preguntas. 

 

Me pregunto qué o quiénes y para qué uso puede ser de interés la información de mi reacción de coger el teléfono, esperar paciente al sonido de una voz de gente (pero que sé que no es de gente). Me veo ahora, allí, diciendo “diga”, “diga” y me pregunto qué información recaban, que para eso se llama, ¿no? ¿Cómo estás? Me acuerdo de ti. ¿Qué desea? Una bombona de gas, por favor... ¿Qué me pide esa llamada? ¿Saber de mi presencia en casa a esas horas concretas? ¿Mi calma o mi paciencia durante la espera desesperante sin respuesta? ¿El control de mis nervios y las ganas de mandar a paseo, con todos los adjetivos que dispone la lengua castellana a mi antojo para hacerlo, al artefacto que está al otro lado del teléfono? 

 

Ahora me doy cuenta de que, automáticamente, cuelgo. Es un acto reflejo lo que provoca en mí el desconcierto de la llamada. Como de máquina. ¿Qué soy en el intricado de algoritmos del artefacto que me llama? ¿Qué extrae o qué aprende de mi a mis expensas? 

 

La amable despedida que pone fin a un silencio infinito (infinito, por el desconcierto que provoca) se parece tanto a la muerte que quien ha ideado el jueguecito debe tener una mente para hacérsela mirar y recomponer (si algo así fuera ya posible). Detrás del artefacto de marras que en medio del gran silencio responde “Good-bye hayal menos, un alguien. Como detrás del kikiriki que activan los golpes nocturnos de badajo del reloj de la iglesia en Barcarrota hay un gallo campanero que no calla. 


Me pregunto qué pasaría si sigo ahí kikireando “diga”, “diga”, “diga”... ¿Colgará el artefacto? ¿Prolongará su silencio anotando, calibrando, grabando? ¿Hasta cuándo gallo, instrumento del tiempo, yo, mina de reacciones, comportamientos? 

 

Un gallo aprende las horas a golpe de badajo. Una computadora destripa el comportamiento humano. ¿Será el gallo reloj fiable algún día? 

2 comentarios:

  1. Wow!!! J'ai été tellement prise, emportée même par la curiosité que maintenant je me pose les mêmes questions? Qui est-ce? Pourquoi? Et ce long silence avant le fameux "goodbye"? 😱 J adore! 😂

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