viernes, 11 de julio de 2025

las cosas qu’hemus visto y las que mos quearán pol vel antovía

 


Juan Kam, culmina sus andanzas literarias con dos libros que hace unos días llegaron a casa en vísperas de cumpleaños mutuos. Algo me había comentado Juan José Camisón de su proceso de escritura y revisión de lo ya escrito. Marabajas (Poesía extremeña) en reedición revisada de 2002. Y la sorpresa de su nuevo libro de relatos (o casi una novela) ejercicios de estilo publicado este mismo año, 2025.

De Marabajas, a primera vista, salta la eliminación del último poema “Una de joqui” y el léxico al final del volumen, innecesario ya, dada la reciente publicación de su extenso Diccionario extremeño en dos volúmenes. Añade en esta edición dos maravillosos relatos en prosa: “La mardición de Marian” que forma parte del primer volumen de la trilogía de Cuentos desconcertantes (2ª ed. en 2021) y “Cosas d’enantis” publicado con anterioridad en el libro Guijo de Granadilla, 100 años de imágenes donde aparece este primer texto escrito en extremeño. Este texto que inicia la trayectoria literaria en extremeño de Juan José Camisón cierra, con pertinente coherencia, la edición revisada de Marabajas y nos da la clave de la fascinación que ejerce en el autor la voz ancestral de su tierra natal. Narración, poesía y diccionario en extremeño son la prueba del esfuerzo titánico de rememorar el habla oída a las generaciones anteriores para transformarla en lengua literaria. De ese esfuerzo de memoria da cuenta en ese primer texto en “estremeñu” y constituye la clave que sostiene todo el entramado de su variada y extensa producción literaria:

“Y al poquininu ya, acuían a la chinostra ‘e dambus las cosas comu si tal cosa. De mo y manera que emprencipió a apaecel que si estu, que si lo otru, que si lo de acullá. Y tal y comu si hobiésimus dau un brinco nel tiempo, to acuyó ascapi nun alardi ‘e memoria.” (p. 421).

Recreación memorialística de un habla, pero también juego literario que se sobrepone siempre a la recreación que, sin registro grabado de las conversaciones, difícilmente puede ser fidedigna. Lo importante es abrir la ruda oralidad del habla extremeña a la expresión literaria; recuperar las imágenes, las historias, las retahílas, el saber de otra época y traerlo a moler al molino de los ecos literarios que, sin duda, no estaban en las personas de las que recaba léxico, expresiones, anécdotas, usos, costumbres, chascarrillos, mitos, leyendas… en las conversaciones. La última frase que cierra el relato “Cosas d’enantis” de cómo era la medicina casera de principios del siglo XX en los pueblos del norte de Extremadura, constituye la clave del proyecto desarrollado y llevado a cabo con infatigable habilidad:

“Madrita mía, las cosas qu’hemus visto. Y la que mos quearán pol vel antovia, Franciscu, si no cascamus prontu…”

Frase que evoca lo que dice Falstaff en Campanadas a medianoche de Orson Welles. Siempre, los dos planos que se superponen con habilidad manifiesta para gozo de sus lectores.

El escritor fascinado por la sonoridad de la lengua oral de Extremadura, la crudeza de la vida, la rudeza de usos y costumbres, la riqueza léxica de un mundo que se ha perdido consigue revitalizar la literatura escrita en Extremadura insuflando savia nueva, riqueza de matices, de imágenes poéticas, con imaginación desbordante y vueltas de tuerca. Una mirada sin concesiones.

Me he preguntado la razón de la eliminación del poema “Una de joqui” donde asistimos al diálogo durante la reparación por tres vivos (abuelo, padre y nieto) de la lápida del nicho donde yace la abuela. Las preguntas del joven cargadas de inconsciencia y de deseo de vivir, en realidad, constituyen el germen de todo el libro puesto que declina el gozo de vivir en todas las situaciones de la vida cotidiana.  El poemario vitalista casa mal quizá con ese último poema donde conservar la lápida y la sepultura como memoria del que ha muerto es para el joven algo sin sentido. Y, sin embargo, no otra cosa constituye el poemario: el monumento memorial a gentes, habla, visiones del mundo y formas de vida que desaparece. Quizá la frivolidad del joven que escribió este poema no case ya con la gravedad de la mirada del escritor que revisa sus textos en su último tramo.

Su libro ejercicios de estilo, escrito en diversos tonos, estilos literarios, con puntos de vista complementarios o divergentes y cuestiones éticas y morales enfrentadas, se aleja del modelo de Raymond Queneau, al que hace referencia desde el propio título. Se trata de un entramado laberíntico de interpretaciones de un hecho que tiene lugar en un espacio muy concreto de la ciudad de Cáceres, aunque no sé si la nombra.  La estrategia de construir a través de pequeños matices y variaciones una progresión narrativa, y esta es la novedad, va cebando la curiosidad del lector para saber en qué acabará todo ese despliegue narrativo, escéptico, humorístico, ácido, corrosivo y qué suerte correrán esos personajes de los que todo el mundo parece tener algo que decir o que añadir. El lector se sumerge en un laberinto de matices. La interpretación segura de lo real salta por los aires. Una única historia compuesta de dos escenas con los mismos hechos y los mismos protagonistas produce un vértigo de interpretaciones posibles. La mirada escudriñadora del escritor en este aparente juego literario pone al lector ante el espejo de su propia inmoralidad, tan seguro siempre de sus juicios de valor. De modo que, al final, el lector es invitado a escribir 7 ejercicios de estilo, porque el libro lo escriben siempre dos personas: el escritor y el lector. Sin ninguna duda.


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