miércoles, 15 de junio de 2016

beocia


Goya, Caprichos
La corriente por la que nos llegan las palabras es misteriosa. La razón por la cual refulgen como un destello en un momento dado tiene que ver con lo personal vivido. Mi madre usaba la palabra "beocia" que me parecía tan malsonante, tan poderosa por su aplomo certero, que siempre pensé que era de esos vocablos locales cargados de desprecio con que desacreditamos al otro. No está en mi vocabulario pero ha restallado nítida al oirla en una conferencia del filósofo Gustavo Bueno. Ignoro por qué vía una palabra -que ahora en boca de Gustavo Bueno debe ser culta-  ha lelgado al vocabulario de mi madre. El hecho es que todo un mundo ha sido evocado de golpe por la palabra. He perdido el hilo del discurso del filósofo y me he sumergido en un mar de diatribas conmigo misma. Hasta he pensado qué útil la habilidad que tenía mi madre para separar el grano de la paja y de calificar así, sin complejos, a la persona beocia. Cuánto sufrimiento nos ahorraría el poner distancia entre aquellos que con mezquina maldad juegan a desacreditarnos permanentemente porque no tienen nada más que elevar a lo alto desde sus manos. Lo ha dicho Gustavo Bueno y de pronto lo he comprendido "La gente es tan beocia que te atribuye lo que no has dicho" y añado, incluso, lo que no has hecho. No es cualidad privativa de analfabetos o iletrados. Está por todas partes. Ya nos lo mostró Goya en sus Caprichos. Lo acabamos de ver en la exposición sobre Goya de la Fundación Mercedes Calle en Cáceres. Es pan de cada día en los medios de comunicación y fundamenta un nuevo periodismo que pone los pelos como escarpias. Está en el aire y no deja respirar allá por donde pasa.

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