Desconozco todo de cómo se lleva a cabo el montaje de una
feria del libro. Ignoro el proceso, de quién parte la iniciativa, cómo se
gestionan los contactos, los invitados a participar, cómo se financia o se
licita. Sé que el objetivo es que las editoriales dispongan de un espacio donde
difundir su catálogo de edición y poner en contacto a los lectores con los autores
en breves encuentros; que los libreros expongan su fondo editorial. El concepto
de feria tiene que ver con mercado, sitio donde se compra y se vende. En este
caso no hay intercambio libre de mercancías, como en otras ferias, las de
ganado, por ejemplo, donde cualquiera puede ir a vender los animales que tiene
(pero aquí no sé de lo que hablo, hablo de lo que recuerdo que eran las ferias
de ganado que vi o que oí contar, de niña, de la de Plasencia junto al río
Jerte, no deben ser ya lo mismo). En las del libro, hay una mercancía, el
libro, y unos creadores de obras que son invitados a la feria a través de los
intermediarios que son los editores. La feria del libro es el mercado de la
industria editorial. Hay ferias de grandes editoriales y hay ferias donde hay
de todo un poco, imagino. He ido a las
ferias más como lectora, en busca de la rebaja en el precio del libro que ya
tenía pensado adquirir que como escritora invitada o fan de escritor concreto.
Me ha parecido siempre que el encuentro privilegiado con los escritores ha de
hacerse a través de sus escritos, leyéndolos. Cuando el escritor es
inteligente, culto, leído y con criterio propio, oírlo es un gozo, sí, pero
efímero. Imprescindible cuando se es joven, por la huella indeleble que deja;
necesario de adulto cuando se trata de ampliar el campo de visión. Pero no es
de esto de lo que quiero hablar. Lo que me trae a pensar en voz alta hoy es la
vivencia personal de un día de feria atípico en Trujillo. Fui como quien va a
mostrar lo suyo (porque y de lo mío qué) bajo una carpa a una hora que no sería
multitudinaria. Pero ya sé que la asistencia es irregular, fluctuante. Tampoco
sé por qué en un momento determinado hay gente a la puerta sin atreverse a
entrar en la carpa porque desde los micrófonos les ha llegado un rumor que
atrapa su curiosidad. De ese misterio, de lo que sucedió bajo la carpa, es de
lo que quiero dejar constancia hoy. De lo que se hizo cuerpo, se fue
condensando poco a poco en ese mínimo espacio, ese algo muy grande que está en
peligro. Y que todavía no me atrevo a nombrar.
La cosa empezó con tropiezos. Un cierto retraso. Pero allí,
bajo la rutilante luz de la plaza de Trujillo, el ajetreo de grupos de
turistas, la voz de los guías que se extendía desde el ángulo de la
casa-palacio del Marqués de la Conquista, la hilera de casetas de libros en el
aterrazamiento de la costanera y las terrazas al sol atiborradas de
desayunantes junto a los soportales, invitaba al garbeo y la espera, la mirada
y la escucha. La cosa empezaba rara porque la feria de cuentos para niños
empezaba sin niños. Un conejo salió en busca y captura de los niños que
anduvieran por las inmediaciones, cual flautista de Hamelin, con sus solas
orejas y, desde la carpa, se invitaba al reciento con voz seductora y amable.
El milagro se produjo y allí llegaron, tímidamente primero, luego casi en
tropel, los niños.
El sol, la música, la alegría del cuento, los personajes, los
conflictos cotidianos llenaron la carpa de palabras esenciales. La compañía
Algarabía, un puñado de mujeres irradiando luz que deslumbraba más de lo permitido
fuera de la carpa y cuya luminosidad hubo que modular para no interferir en la
vida de los otros: la vida misma.
La vida se colaba otra vez en la voz de José Manuel Vivas y
Ana Bermejo con su lectura de textos entrelazados en un libro, Cartografía de vida. La vida es el único
espacio cartografiable y tan difícil de acotar que conocer el proceso del
entramado que los escritores ofrecían, fue pregunta pertinente, enriquecedora,
porque abría a otras posibilidades de escritura: ¿narración a cuatro manos?
De mi turno, me gustó la participación de los asistentes con
sus comentarios y preguntas. Sin duda, porque Basilio Rodríguez, de Sial
Pigmalión, fue hilando para dar claves de mi escritura y trayectoria al hilo de
la lectura. Me sorprendió una pregunta lanzada por José Julián Barriga, que
presentaría después En defensa de la
Transición (Memorias de un testigo afortunado) del que lamentablemente me
perdí casi la totalidad de su intervención mientras dibujaba en briznas de quien la dedicatoria a los lectores.
¿A qué creía yo que se debe la gran cantidad de poetas y escritores, y de nivel,
en Extremadura? Pude comentar sin prisas, pensando la respuesta, los múltiples
factores que podían favorecer esa situación. El tiempo no estuvo tasado, a
ningún participante. Esa liberalidad, permitió hacer visible lo que está en
juego. Este día de feria constituyó un microcosmos en el que pudimos asomarnos
al mundo que habitamos con mirada amplia.
Una lectora, mientras dibujaba su dedicatoria, me hizo notar
que se había producido un halo alrededor de nuestras cabezas mientras leía los
poemas. Intenté hacerle comprender que la intensísima luz de ese día,
atravesado el cielo por algunas nubes de algodón, produciría reflejos y
reverberaciones en los objetos del interior de la carpa. Pero me insistió, no,
sale de los cuerpos.
Y sí, tenía razón, lo vi después, el aura, durante la intensa
lectura de poesía amorosa más allá de la edad propicia de José H. Velázquez, Versos en la niebla. Salía de los
cuerpos proyectados sobre la blancura de la lona de fondo de la carpa, donde
las sombras de hojas de palmera se cimbreaban en un lateral. Era el mismo
deslumbramiento que provoca la luz del sol cuando penetra en la retina y deja
danzando en el aire, como un negativo fotográfico, la imagen vista al cambiar
el rumbo de la mirada. Sin apartar los ojos del poeta que leía, la vibración de
la luz blanquísima emitía un destello más refulgente aún que le silueteaba.
Pero también se producía en Julieta Deossa, la presentadora, o Basilio
Rodríguez a poco que se fijara la mirada en ellos. Un punto de magia que no era
tal, pero daba para elucubrar que lo fuera, porque era extraño sin distraer de
lo que llenaba el aire en ese instante, la voz melodiosa a ratos o casi
tronante.
Tras la sobremesa, el cansancio del cuerpo solicitó acomodo
en una peña, a la sombra de la iglesia, en un estrecho callejón lateral donde
hilachas de vegetación y una higuera que crecían entre las juntas, se mecían
movidas por la reconfortante brisa y llegué tarde a la carpa. Me perdí Los pies de los bailarines de Charo
Alonso.
Justo Bolekia Boleká presentó Berilá Waalé, con una ampliación gozosa provocada por las preguntas
de Basilio Rodríguez. Nos condujo y recondujo por sus muchas obras, su
trayectoria vital, su lengua, la situación de Guinea ecuatorial. Allí, lo que
iba tomando cuerpo bajo la carpa más sólido que un halo, empezó a estar nítido.
Dejaba de ser un aura que resplandecía a ratos forzando la mirada, para entrar
con contundencia de cuerpo. No puedo traer la anécdota narrada por el autor de
la propuesta que le hicieron los gobernantes de Guinea ecuatorial para que el
autor volviera a su país. Quedó claro, lo que le impedía volver, lo que no le
ofrecerían nunca y de lo que ya disfruta como residente en España. De calado,
me pareció la extrañeza sobre la situación de los escritores en español de su
país que no pueden acogerse a ningún tipo de reconocimiento literario de
prestigio en el nuestro porque ni siquiera se ha habilitado un premio en el que
puedan participar los autores de las antiguas colonias, pero que sí existen en
otros países europeos: el Goncourt en Francia, el Camöens, en Portugal, etc…
máxime cuando Guinea ecuatorial fue una provincia de España, recibiendo
enseñanza religiosa, histórica, científica, literaria en español, según los
planes de estudios vigentes en la época. Pero no es el abandono, que tan fácil
ha resultado siempre a nuestros dirigentes, lo que estaba tomando cuerpo dentro
de la carpa. En su corazón mismo.
De la presentación a cargo de la Editora Regional de
Extremadura, Antonio Giral, su director, acompañó a dos novelistas: Antonio
González Prado y Álvaro Solís Llano, con sendas novelas ubicadas en épocas y
lugares diferentes: una, en Castilla en la segunda república, El grillo que
cantaba bajo la luz del cine; la otra, en la Francia revolucionaria del XIX, Como un cuerpo cae muerto. Después, de
la mano de Sial Pigmalion, llegó una novela de Damián Gallego, La serpiente interior, que entronca con
la cada vez más abundante tradición de novelas sobre Extremadura (ver en el enlace más referencias de novelas que tratan o tienen a Extremadura como fondo): Jarrapellejos, de Felipe Trigo, La familia de Pascual Duarte, de Camilo
José Cela o, la más reciente, Hijos de
sangre de Juan Kam. De todas ellas parecían emerger componentes que iban
engrosando ese cuerpo no visible pero que empezaba a ser casi palpable.
Algo fascinante estaba sucediendo de calado, que iba
acumulando retrasos de una en otra presentación por necesidad de hondura, y
culmina (o yo tuve que hacerlo terminar dada la hinchazón de mi pie izquierdo)
con la más que presentación, conferencia, de Javier Rupérez de su libro De Helsinki a Kiev. La destrucción del orden
internacional. No puedo dar cuenta de lo que siguió La princesa mestiza de Carmen Sánchez Risco y la entrega de los
Premios de la Feria: mejor autor extremeño, Diego Doncel, y mejor autor foráneo,
José H. Fernández. Lo que ya más que aletear, invisible, desde el centro,
planeaba sobre todos los asistentes en la carpa, lanzaba su destello
deslumbrante era LIBERTAD. No importa cuántas veces se diga la palabra
democracia ni quienes valoren democráticos usos y maneras de gobiernos que no
lo son. Lo que el gobierno de Guinea ecuatorial no podía ofrecer al autor
exiliado, ya de peso, en España era justamente eso: LIBERTAD. Lo que dejó meridianamente clara la
intervención de Javier Rupérez que se inicia recordando el preámbulo de la
Carta de Naciones Unidas con la constatación de que una misma generación de
europeos había vivido dos guerras mundiales, es el precipicio sobre el que caminamos:
LIBERTAD o ¿?
El germen de todo libro: LIBERTAD o propaganda. Esos
cimientos que construyen sociedades llenas de vida y de dificultades, claro, o
invivibles. LIBERTAD, ese destello que atraviesa los siglos. ¿La LIBERTAD se
puede imponer? ¿Se debe defender? ¡Ay!