estela. Emilia Oliva (6 junio 2020). Corrector de cinta sobre papel. 21 x 13,5 cm. |
La asamblea de caracoles, por fin, ha tenido lugar. Unas gotas de lluvia caídas en el día de ayer les han permitido salir de sus escondites en la mañana y reunirse. Sobre una tapa de registro de cables de luz o de conducciones de gas, en amalgama abigarrada de cuerpos, antenas se tocan, pies se frotan y manifiestan en coro silente su gozo de vida al sol y el aire.
Han dejado, en su larga y accidentada marcha, una estela de fulgores infinitos discontinuos, como segmentos de cuerpos de tenias interminables tirados en el suelo. Los rastros de los más jóvenes, que se retuercen en recorridos contradictorios, círculos viciosos o en sentidos dispares y caóticos, parecen los de quien no sabe muy bien a donde se dirige.
Una gran batalla ha debido tener lugar a juzgar por los cadáveres diseminados en las aceras, los abundantes picos voraces de aves oportunistas que aterrizan para llevarse los restos o los batallones de hormigas que se afanan en recolectar algo del suculento festín.
Los caracoles se han organizado y reunido como solían: palparse, descubrirse, aparearse. La batalla campal, los muertos y el saqueo es producto de bandadas de paso.
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