El velo protege a la comunidad de la realidad. Deja abierta la puerta a la
imaginación de una ilusión y la cierra a la exploración de una realidad
compleja: el velo de Maya. El velo protege a la comunidad de la invitación al
deseo y al consuelo en el rostro indefenso de la viuda, en el rostro indefenso
de la doncella entregada a erradicar el mal con la sola oración, en las partes
pudendas de la representación que muestra lo divino al hombre. El velo cubre la
desnudez que nos hace vulnerables al deseo del otro. El velo es un arma de
poder en nuestros días, del hombre sobre la mujer en las sociedades regidas por
el Corán. El más poderoso velo es el que no se ve y oculta con eficacia
certera: el de la defensa de la cultura. El velo, como las sectas, atrae a su órbita
a sus cohortes. Fervientes protectores de un peligro cierto: mirar y ver. Y a
veces, tan adiestrados estamos en el tornar la mirada que inconscientemente
dejamos de ver. Nos volvemos ciegos. El velo invisible se impone.
Lo sucedido con la palabra "violada" en el club de poesía Hablemos de poesía (Biblioteca A. Rodríguez Moñino/M. Brey) unos
días atrás constituye una mínima anécdota en el inmenso mundo velado en que nos
desenvolvemos, pero constituye una muestra del hábito que vamos adquiriendo de
no ver más allá del trampantojo tejido, esa maraña de la que vamos presos como
moscas en la miel.
Sacar las patas de la miel era el ejercicio que propuse en el club de
poesía a partir del poema de Julián Rodríguez "de los días felices"
publicado en la revista Farraguas, 5 (Letras cascabeleras, 2024). Se trataba de
leer la página de la revista como si fuera un documento sobreviviente de una
catástrofe de la que aún quedara un superviviente, el destinatario del poema, y
elaborar las preguntas precisas para una entrevista que nos permitieran comprender el poema sin saber
nada del autor, de su biografía 'externa' para desvelar o aproximarnos
mínimamente a la 'biografía interna' de la que nace el poema. Romper el velo
cultural que cubre de capas de vida del autor (gracias a Wikipedias y
voceadores) y abordar la obra antes de toda influencia. Eso que, de algún modo,
cancelan las presentaciones de libros, minando la lectura individual carente
de intérpretes, apostando por la promoción de la lectura inducida (publicidad,
grupo activo, acto social, marketing, editorial, critica en semanarios...).
En medio de la lectura del poema referido, se produjo un tropiezo en un
adjetivo aplicado a una flor. Rápidamente decidimos: no, no dice 'violada' sino
'violácea' y pasamos de largo. Incluso añadí que me hubiera extrañado ese uso
forzado en el texto. Y, sin embargo, deberían haber saltado todas las alarmas.
¿Por qué habría que descartar esa palabra ‘violada’ sin más análisis a causa de
la ilegibilidad de una letra en el manuscrito? Siempre hay alguien que vela, afortunadamente. Y me llega al wasap,
esa misma noche, el enlace al diccionario de la RAE de 'violada' de la mano de
Marta, feliz del hallazgo, sinónimo de 'violeta'. Así, velo a velo, vamos
perdiendo la realidad compleja por la ilusión de lo que nos dejan mirar, que no
ver. Vamos cancelando palabras que a fuerza de sospechosas, morirán y caerán
del diccionario. De lo que perdemos dan cuenta estos enlaces.
“Cuando ‘violar’ era un arte y no una atrocidad”. Por José Miguel Lorenzo Arribas. Miércoles, 18 de octubre de 2006.
Eruditos a la violeta. O Curso completo de todas las ciencias dividido en siete lecciones para
los siete días de la semana de José
Cadalso