Después de la senda de aceras cerradas a hierba y bosque tras la enfermedad y el incendio, llegaron los parques y las lejanías de colinas y collados mortecinos de sol o de espinazo violáceo. Allí, a saltos entre la espesura de los setos, o como flechas cortando el aire, emergieron los pájaros. De la grieta de la acera y la fisura del asfalto, la mirada saltó a la fisura de la roca por donde se interna y filtra el agua. Allí, el vuelo rasante en las acequias, de los aviones sedientos del verano. El agua se tiñó de azules y arrastró al verde allí por donde corría. La acuarela y la palabra germinaban geminadas en lo blanco de la página. Y llegaron al unísono, en esa sed de vuelo, de color y de palabras, las aves cinceladas de acuarela y texto de Pilar López Ávila y Leticia Ruifernández en Tierra de pájaros.
Llegan ahora las palabras, versos, poemas de alto vuelo de Muda de Eva Hiernaux.
Ya había comprendido que hay que caer primero para
saber alzar el vuelo o como plúmbeo vencejo dejarse ahí en el surco del tiempo
para deslizarse por la fisura al centro mismo.
Todo parece conducirme al ave.
Al pájaro solitario que se consume en encendido vuelo
de la poesía de Juan de la Cruz, encarnado en remolino de letra y signos en la
imagen del cartel del grupo n.o. 'Vuelo' de José Antonio Cáceres.
El verso que me había prendido a la poesía en el
inicio del mundo a la salida de la infancia volvía, vuelve, multiplicado en los
versos de Eva Hiernaux. Volverán las
oscuras golondrinas fue el dardo revelador de lo que está más allá de la
palabra y la realidad que nombra. Las golondrinas se enseñorearon entonces de
la mirada como recién creadas.
De ese hecho de nombrar, hacer visible lo invisible, llegan
libros que susurran al oído como autillos intrusos en la noche. Que no queden
como ceniza y huesos debajo del armario, ya cadáver como el pobre autillo que
quiso poner nido en mi lecho, hace algunos años y se quedó encerrado en una
casa sola.
O quizás sea que el cerebro humano
está hecho para contarse historias y siempre encuentra argumentos para su
película.
Es lo que le sucede sin duda a la
poeta Hiernaux cuando recurre al diccionario para saber los varios significados
de “muda”. Las infinitas historias que pueden contarse a través de ese estar
sometido al orden del tiempo, de la necesidad de cambiar de aspecto y
apariencia, de quien no puede hablar, o del que se muestra con traje nuevo o
limpio. Evocaciones, imágenes, aforismos, epifanías por las que transitar, ir y
volver, a cuál más certera, más fulminante en un ejercicio poético en cuya lectura
no hay forma de dejar una página sin marca de asombro, de joya, de cita
resaltada.
La gavilla de poemas se organiza en
dos haces: “Orden del aire” y “Reclamo”. Gavilla no breve, 132 páginas. Hay
pájaros, hay vuelo, hay voz, hay silencio; pero sobre todo hay presencia devanada
en palabras que se incendian con la luz, fulgor que deslumbra al pensamiento, música
del verso que nos lleva más allá de la voz usual que la palabra dice. Canto y
vuelo. Promesa y ausencia. Rumor, griterío, silencio. Roce, caricia, mudanza.
Con levedad de cuerpo o pesadez de plumas mojadas.
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