martes, 10 de diciembre de 2024

Con levedad de cuerpo o pesadez de plumas mojadas

Emilia Oliva. Urraca en alerta
Acuarela sobre cartulina.15x10 cm.
22 agosto  2024. 

 

Después de la senda de aceras cerradas a hierba y bosque tras la enfermedad y el incendio, llegaron los parques y las lejanías de colinas y collados mortecinos de sol o de espinazo violáceo. Allí, a saltos entre la espesura de los setos, o como flechas cortando el aire, emergieron los pájaros. De la grieta de la acera y la fisura del asfalto, la mirada saltó a la fisura de la roca por donde se interna y filtra el agua. Allí, el vuelo rasante en las acequias, de los aviones sedientos del verano. El agua se tiñó de azules y arrastró al verde allí por donde corría. La acuarela y la palabra germinaban geminadas en lo blanco de la página. Y llegaron al unísono, en esa sed de vuelo, de color y de palabras, las aves cinceladas de acuarela y texto de Pilar López Ávila y Leticia Ruifernández en Tierra de pájaros



Llegan ahora las palabras, versos, poemas de alto vuelo de Muda de Eva Hiernaux.

 


Ya había comprendido que hay que caer primero para saber alzar el vuelo o como plúmbeo vencejo dejarse ahí en el surco del tiempo para deslizarse por la fisura al centro mismo.

 

Todo parece conducirme al ave.

 

Al pájaro solitario que se consume en encendido vuelo de la poesía de Juan de la Cruz, encarnado en remolino de letra y signos en la imagen del cartel del grupo n.o. 'Vuelo' de José Antonio Cáceres.  

 


El verso que me había prendido a la poesía en el inicio del mundo a la salida de la infancia volvía, vuelve, multiplicado en los versos de Eva Hiernaux. Volverán las oscuras golondrinas fue el dardo revelador de lo que está más allá de la palabra y la realidad que nombra. Las golondrinas se enseñorearon entonces de la mirada como recién creadas.

 

De ese hecho de nombrar, hacer visible lo invisible, llegan libros que susurran al oído como autillos intrusos en la noche. Que no queden como ceniza y huesos debajo del armario, ya cadáver como el pobre autillo que quiso poner nido en mi lecho, hace algunos años y se quedó encerrado en una casa sola.

 

O quizás sea que el cerebro humano está hecho para contarse historias y siempre encuentra argumentos para su película.

 

Es lo que le sucede sin duda a la poeta Hiernaux cuando recurre al diccionario para saber los varios significados de “muda”. Las infinitas historias que pueden contarse a través de ese estar sometido al orden del tiempo, de la necesidad de cambiar de aspecto y apariencia, de quien no puede hablar, o del que se muestra con traje nuevo o limpio. Evocaciones, imágenes, aforismos, epifanías por las que transitar, ir y volver, a cuál más certera, más fulminante en un ejercicio poético en cuya lectura no hay forma de dejar una página sin marca de asombro, de joya, de cita resaltada.

 

La gavilla de poemas se organiza en dos haces: “Orden del aire” y “Reclamo”. Gavilla no breve, 132 páginas. Hay pájaros, hay vuelo, hay voz, hay silencio; pero sobre todo hay presencia devanada en palabras que se incendian con la luz, fulgor que deslumbra al pensamiento, música del verso que nos lleva más allá de la voz usual que la palabra dice. Canto y vuelo. Promesa y ausencia. Rumor, griterío, silencio. Roce, caricia, mudanza. Con levedad de cuerpo o pesadez de plumas mojadas.

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