viernes, 18 de septiembre de 2020

El gato que quiso ser pantera

el gato que quiso ser pantera. Emilia Oliva
Lápiz sobre papel. 21x14,8 cm


 

       No sé si es verdad. ¿Cómo desentrañar la verdad, la mentira, el trigo de la paja en nuestros días? Todo está tan embrollado: economía, justicia, medios, política... En ningún periodo de la historia, ni siquiera en las distintas etapas de nuestras vidas sabemos con certeza qué es real, qué deseo, miedo o delirio. Mucho menos hoy que nos movemos en paisajes y decorados de trampantojos. Así que hoy traigo en las alforjas algo que bien puede no haber ocurrido. Pero se cuenta, se habla de ello en los veladores de los cafés, en las noticias, en las tertulias televisivas, en gimnasios y acaso haya inundado las redes. 


       Hemos visto –como si fuera criterio de verdad la vista- cocodrilos en las aguas del Duero, leones, tigres y hasta una pantera negra correr por la meseta castellana o los campos de Granada. La sobreexcitación de los miedos es lo que trae, fantasmas y espejismos. Se me antoja que estos episodios rocambolescos son metáforas que reflejan el incestuoso mundo de las artes las letras donde el valor de la obra se mide en vistos -como si el ver fuera un criterio en sí mismo. Se cuenta que los suculentos premios literarios se dan en función de si el autor arrastra una tropa de más de cuatro cifras de seguidores: la cifra de posibles clientes o voceadores del libro que asegure las otras cifras, las de la pasta del editor que publica el premio. Me cuenta un joven editor cabreado que incluso se da el caso de premiados tras encargo de obra con idea definida por la editorial. Escribe una novela sobre esto, le dicen. Que incluso, realizado el encargo por el escritor con tropa de seguidores, de la novela presentada a concurso a la novela publicada hay un trecho tan largo que resulta irreconocible, pero el escritor que ha acatado las reglas hace chitón y basta, poderoso tintinear de monedas lleva el cheque del premio. Vivir de escribir, es lo que lleva. Incluso me cuenta el editor cabreado, y no sé si es verdad, pero en medio de tanto trampantojo ¿cómo no verlo como creíble?, que la idea que cuaja el encargo no ha sido iluminación súbita de los organizadores del premio. La idea ha salido de un libro ya publicado que ha resaltado la cohorte de lectores y espías de los innumerables títulos de los diminutos editores que malviven de su oficio con fe ciega en un golpe de suerte: una obra que rompa las cifras y se convierta en best sellerguión de serie televisiva o cinematográfico. Luego, culminado el encargo por el escritor con tropa de siguientesentra la otra tropa en juego, la de los negros, sin coloración de piel imprescindible. Ellos trenzan, hábilmente, ideas y textos del autor de pequeña editorial en el texto que sale con fanfarria televisada y aplauso unánime y masivo, publicado y con premio. Y así vamos viendo panteras en simples gatos domésticos. 

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