domingo, 10 de agosto de 2025

La garrapata


S/T. Emilia Oliva.
Tinta china sobre papel Galgo. 10 agosto 2025. 29 x 21 cm. 


Resulta cosa verdaderamente sorprendente, aunque sea tan común que más cabe gemir que asombrarse, ver a un millón de hombres miserablemente esclavizados, con la cabeza bajo el yugo, no porque estén sometidos por una fuerza mayor sino porque han sido fascinados, embrujados podríamos decir, por el nombre de uno solo, al que no deberían temer, ya que sólo es uno, ni amar, ya que es inhumano y cruel con ellos.


Étienne de la Boétie, Discurso de la servidumbre voluntaria

 

Se levanta el presidente con mirada torva y gesto desabrido. En el desayuno, lo encuentra la dama, consorte a título lucrativo, sin ánimo.

          ¿Qué temes hoy, mi palomo?, indaga.

          Es otra pesadilla.

Y le cuenta que despertó aterrorizado por la garrapata que chupaba y crecía en su muslo y el unte de aceite nada hacía; allí seguía, engordando y engordando, sin caerse. Y luego, la fiebre. El anticipo de la muerte.

          Ay, amor, no hay cuidado.

Y comienza a destejer, con la voz extranjera de quien tiene poderes sobre enigmas, el oráculo que esconde el sueño.

        Quien sueña muerte, prolonga vida, ¿no sabés? La garrapata, que engorda con tu sangre incrustada en tu muslo broncíneo, son esos desagradecidos que chupan, extorsionan, reclaman cada día más y más. Como garrapatas, hay que untarlos bien y, cuando ya no puedan más con su cuerpo ahíto, se dejarán caer. Es el momento de aplastarlos. Y a otra cosa, mariposa mía, le susurra toda piel y ganas.

No pareció descontracturarse el gesto apretado de puños y mandíbulas tras la pesadilla. Los manjares seguían intactos en la mesa, como seguía lígrimo el cuerpo cimbreante de la dama consorte a título lucrativo.

         Y la fiebre ¿qué significa?, paloma mía, dejó caer como una súplica de que no estaba para juegos.

           Que eres el astro radiante en el que se queman todas las polillas que revolotean y se conjuran para destruirte. Mira, gañán mío, cuán numerosos e infinitos los que se curvan a tu paso y aplauden las políticas de progreso que impulsas.

Enciende el plasma que cubre el muro y pasan, como película muda, los reportajes de los actos públicos y los hitos internacionales de su breve estancia todavía en el gobierno: Adonis sonriente, él, su príncipe, invencible, rodeado de masas entusiastas. Le besa, le acaricia, le esculpe con sus manos la figura regia que anhela sin flojera. Todo poder y gloria de la carne henchida por los siglos de los siglos.

El narrador calla los goces íntimos de la pareja como oculta bajo el barniz de cuento feliz la jerarquía de garrapatas al acecho. ¿Descubrirán los incultos censores la moraleja? 







viernes, 11 de julio de 2025

las cosas qu’hemus visto y las que mos quearán pol vel antovía

 


Juan Kam, culmina sus andanzas literarias con dos libros que hace unos días llegaron a casa en vísperas de cumpleaños mutuos. Algo me había comentado Juan José Camisón de su proceso de escritura y revisión de lo ya escrito. Marabajas (Poesía extremeña) en reedición revisada de 2002. Y la sorpresa de su nuevo libro de relatos (o casi una novela) ejercicios de estilo publicado este mismo año, 2025.

De Marabajas, a primera vista, salta la eliminación del último poema “Una de joqui” y el léxico al final del volumen, innecesario ya, dada la reciente publicación de su extenso Diccionario extremeño en dos volúmenes. Añade en esta edición dos maravillosos relatos en prosa: “La mardición de Marian” que forma parte del primer volumen de la trilogía de Cuentos desconcertantes (2ª ed. en 2021) y “Cosas d’enantis” publicado con anterioridad en el libro Guijo de Granadilla, 100 años de imágenes donde aparece este primer texto escrito en extremeño. Este texto que inicia la trayectoria literaria en extremeño de Juan José Camisón cierra, con pertinente coherencia, la edición revisada de Marabajas y nos da la clave de la fascinación que ejerce en el autor la voz ancestral de su tierra natal. Narración, poesía y diccionario en extremeño son la prueba del esfuerzo titánico de rememorar el habla oída a las generaciones anteriores para transformarla en lengua literaria. De ese esfuerzo de memoria da cuenta en ese primer texto en “estremeñu” y constituye la clave que sostiene todo el entramado de su variada y extensa producción literaria:

“Y al poquininu ya, acuían a la chinostra ‘e dambus las cosas comu si tal cosa. De mo y manera que emprencipió a apaecel que si estu, que si lo otru, que si lo de acullá. Y tal y comu si hobiésimus dau un brinco nel tiempo, to acuyó ascapi nun alardi ‘e memoria.” (p. 421).

Recreación memorialística de un habla, pero también juego literario que se sobrepone siempre a la recreación que, sin registro grabado de las conversaciones, difícilmente puede ser fidedigna. Lo importante es abrir la ruda oralidad del habla extremeña a la expresión literaria; recuperar las imágenes, las historias, las retahílas, el saber de otra época y traerlo a moler al molino de los ecos literarios que, sin duda, no estaban en las personas de las que recaba léxico, expresiones, anécdotas, usos, costumbres, chascarrillos, mitos, leyendas… en las conversaciones. La última frase que cierra el relato “Cosas d’enantis” de cómo era la medicina casera de principios del siglo XX en los pueblos del norte de Extremadura, constituye la clave del proyecto desarrollado y llevado a cabo con infatigable habilidad:

“Madrita mía, las cosas qu’hemus visto. Y la que mos quearán pol vel antovia, Franciscu, si no cascamus prontu…”

Frase que evoca lo que dice Falstaff en Campanadas a medianoche de Orson Welles. Siempre, los dos planos que se superponen con habilidad manifiesta para gozo de sus lectores.

El escritor fascinado por la sonoridad de la lengua oral de Extremadura, la crudeza de la vida, la rudeza de usos y costumbres, la riqueza léxica de un mundo que se ha perdido consigue revitalizar la literatura escrita en Extremadura insuflando savia nueva, riqueza de matices, de imágenes poéticas, con imaginación desbordante y vueltas de tuerca. Una mirada sin concesiones.

Me he preguntado la razón de la eliminación del poema “Una de joqui” donde asistimos al diálogo durante la reparación por tres vivos (abuelo, padre y nieto) de la lápida del nicho donde yace la abuela. Las preguntas del joven cargadas de inconsciencia y de deseo de vivir, en realidad, constituyen el germen de todo el libro puesto que declina el gozo de vivir en todas las situaciones de la vida cotidiana.  El poemario vitalista casa mal quizá con ese último poema donde conservar la lápida y la sepultura como memoria del que ha muerto es para el joven algo sin sentido. Y, sin embargo, no otra cosa constituye el poemario: el monumento memorial a gentes, habla, visiones del mundo y formas de vida que desaparece. Quizá la frivolidad del joven que escribió este poema no case ya con la gravedad de la mirada del escritor que revisa sus textos en su último tramo.

Su libro ejercicios de estilo, escrito en diversos tonos, estilos literarios, con puntos de vista complementarios o divergentes y cuestiones éticas y morales enfrentadas, se aleja del modelo de Raymond Queneau, al que hace referencia desde el propio título. Se trata de un entramado laberíntico de interpretaciones de un hecho que tiene lugar en un espacio muy concreto de la ciudad de Cáceres, aunque no sé si la nombra.  La estrategia de construir a través de pequeños matices y variaciones una progresión narrativa, y esta es la novedad, va cebando la curiosidad del lector para saber en qué acabará todo ese despliegue narrativo, escéptico, humorístico, ácido, corrosivo y qué suerte correrán esos personajes de los que todo el mundo parece tener algo que decir o que añadir. El lector se sumerge en un laberinto de matices. La interpretación segura de lo real salta por los aires. Una única historia compuesta de dos escenas con los mismos hechos y los mismos protagonistas produce un vértigo de interpretaciones posibles. La mirada escudriñadora del escritor en este aparente juego literario pone al lector ante el espejo de su propia inmoralidad, tan seguro siempre de sus juicios de valor. De modo que, al final, el lector es invitado a escribir 7 ejercicios de estilo, porque el libro lo escriben siempre dos personas: el escritor y el lector. Sin ninguna duda.


miércoles, 19 de febrero de 2025

Palabra, poso y peso, en “El durmiente del valle” de Arthur Rimbaud

 

edición de 1972

La poderosa imagen del o de la durmiente en el bosque, en el lago o bajo un árbol que planea desde el título, antes de entrar en la lectura del poema, pudiera venir a velar el contenido del poema tanto o más como velaron, en vida y, luego, tras su fallecimiento en Marsella, los comentarios contrapuestos, la asimilación a corrientes literarias yuxtapuestas e incluso las etiquetas contradictorias (místico, crápula, católico), que pueden encontrarse en los montones de paja que circulan por internet y que con más rigor abren la introducción del librillo que manejo Poésies, Derniers vers, Une saison en enfer, Illuminations (Livre de poche, Librairie Générale Française,1972) volumen del que hoy traigo “Le dormeur du val”, pp 81-82. No voy a adentrarme en la lectura del poema por el sendero de la biografía. Y tampoco voy a reflejar aquí las traiciones en las versiones traducidas que desvirtúan el sentido último del poema y que circulan repetidas o con ligeras variaciones por internet. El recorrido que propongo pretende acercarse al poema desde lo que el poeta dice tal como él mismo parece que expresó: “He querido decir lo que eso dice, literalmente y en todos los sentidos”. Soy consciente de que corro el riesgo de poner en la lectura lo que el azar ha ido trayendo a mi molino sobre esa imagen poderosa de quien muere solo, abandonado en medio de la naturaleza impasible, bajo la indiferencia de dios y de los hombres. Esta última indiferencia tan presente en la pintura de La caída de Ícaro de Brueghel el Viejo es escancia en palabras con maestría contenida por William Carlos Williams en su poema “Paisaje con la caída de Ícaro

He aquí el texto original del poema, cuya traducción intento más abajo tras enlazar a algunas de las versiones que circulan por internet.


C’est un trou de verdure où chante une rivière
Accrochant follement aux herbes des haillons
D’argent ; où le soleil, de la montagne fière,
Luit : c’est un petit val qui mousse de rayons.

Un soldat jeune, bouche ouverte, tête nue,
Et la nuque baignant dans le frais cresson bleu,
Dort ; il est étendu dans l’herbe, sous la nue,
Pâle dans son lit vert où la lumière pleut.

Les pieds dans les glaïeuls, il dort. Souriant comme
Sourirait un enfant malade, il fait un somme :
Nature, berce-le chaudement : il a froid.

Les parfums ne font pas frissonner sa narine ;
Il dort dans le soleil, la main sur sa poitrine
Tranquille. Il a deux trous rouges au côté droit.

Arthur Rimbaud, octubre 1870

Versiones en español en internet :

La durmiente delvalle - Arthur Rimbaud - Ciudad Seva - Luis López Nieves

El Espejo Gótico:«El durmiente del valle»: Arthur Rimbaud; poema y análisis

Arthur Rimbaud: Eldurmiente del valle – Trianarts

Remarco la palabra “trou” en negrita, que abre y cierra el poema, porque esa decisión no es aleatoria y la traducción deberá respetar esa intencionalidad. No es lo mismo traducir: es un claro de bosque / es un hoyo de verdura / es un hoyo de verdor. En todo caso en las versiones encontradas no se tiene en cuenta el significado de la misma palabra al final del poema: agujero, orificio. De entre las opciones posibles hay que decidir cuál se acerca más a lo que dice el poema: agujero, orificio, boquete (registro familiar), hoyo, bache, madriguera, etc. Muchos otros problemas surgen cuando vamos arrastrando las palabras para dar cuenta de su entrelazado en el poema. Siempre se hará una traducción con mayor o peor fortuna, pero al menos habría que intentar mantener el poso y el peso del poema original, en cuanto a sentido. Incluir ritmo y rima, ya es tarea de maestría de traductor que no voy a buscar ni alcanzar en la versión propuesta. Me interesa el peso de la palabra por el entretejido que realiza para transcribir la visión del durmiente en abandonado reposo.


Es un hoyo de verdor donde canta un río

que cuelga enloquecido a las hierbas andrajos

de plata; donde el sol de la altanera montaña

apunta; es un pequeño valle que espuma rayos.


Un joven soldado, boca abierta, cabeza descubierta

y la nuca bañándose en el fresco berro azul,

duerme; está tendido en la hierba, bajo la nube,

pálido en su verde lecho donde llueve la luz.


Los pies entre gladiolos, él duerme, sonriente como

sonreiría un niño enfermo, da una cabezada.

Naturaleza, arrúllalo cálidamente, tiene frío.


Los aromas no agitan su nariz

duerme bajo el sol, la mano sobre el pecho

tranquilo. Tiene dos agujeros rojos en el lado derecho.

¡Qué lejos queda la amorosa visión que nos presenta Rimbaud en este poema de la escena del soldado muerto descrita en la novela Il Gatoppardo de Tomasi de Lampedusa (1958) y recreada en la película que sobre ella realiza Luchino Visconti, El Gatopardo en 1963!

“Para el príncipe el jardín perfumado fue causa de sombrías asociaciones de ideas: “Ahora huele bien aquí, pero hace un mes…”

Recordaba la repulsión que unas dulzonas vaharadas habían difundido por toda la villa antes de que se hubiese apartado su causa: el cadáver de un joven soldado del Quinto Batallón de Cazadores que, herido en la asonada de San Lorenzo luchando contra las escuadras de los rebeldes, había ido a morir solo, allí, bajo un limonero. Lo habían encontrado de bruces sobre el espeso trébol, con la cara hundida en un charco de sangre y vómito, las uñas clavadas en la tierra y cubierto de hormigas. Debajo de la bandolera los intestinos violáceos habían formado una charca. Había sido Russo, el capataz, quien había encontrado aquella cosa hecha trozos, le había dado la vuelta y había cubierto su rostro con un pañuelo rojo, había recogido las vísceras con una ramita y las había metido dentro del desgarrado vientre, cuya herida había cubierto luego con los faldones azules del capote, escupiendo continuamente a causa del asco, si no precisamente encima, muy cerca del cadáver. Y todo ello con preocupante pericia.” pp. 38-39 (Madrid, Suma de Letras, 2002)

El poema me trae, de un tiempo lejano, la canción de Lope de Vega que me estremeció en uno de los maravillosos conciertos de música renacentista y barroca que se celebraban en la plaza de San Jorge o en el Museo de Cáceres y que tan torpemente alguien decidió eliminar de la programación cultural de esta empobrecida ciudad, “Mañanicas floridas”. Hay varias versiones en youtube, dejo esta Mañanicas floridas ( Félix Lope de Vega) S. XVII

Mañanicas floridas

de frío invierno,

recordad a mi niño

que duerme al hielo.

Mañanas dichosas

del frío diciembre,

aunque el cielo os siembre

de flores y rosas,

pues sois rigurosas

y Dios es tierno,

recordad a mi niño,

que duerme al hielo.

Ignoro si Arthur Rimbaud conocía la canción de Lope de Vega, pero en ambos poemas encontramos reflejos y ecos con las mismas palabras y acciones de una visión que trasciende la descripción y que tiene que ver con eso que mal denomino como poesía visionaria, ya que a partir de la ensoñación de una escena que puede pertenecer a la realidad, el poeta nos lleva más allá. Alcanza a cifrar, en unas pocas palabras, el desamparo y la inexplicable existencia del hombre en medio de la inmensidad.  El poema aplaca el desarraigo y lo absurdo de la existencia humana que provoca la explicación racionalista. Resulta difícil no poner en relación el tratamiento amoroso en ambos poemas de ese cuerpo desvalido, el arropamiento de la naturaleza en el caso del poema de Rimbaud y el rigor de la naturaleza en el de Lope es invalidado por la ternura de Dios. No es la misma visión, cristiana en el caso de Lope, pagana en el caso de Rimbaud, pero sí es común el frío (esa palabra) que desde ambos poemas nos estremece al leerlos. También es común esa penetración de una apariencia de muerte (tiene frío, duerme al frío) que se filtra en el poema y acaso desgarra la visión puramente racionalista: una expresión mal traducida arruinaría ese ir más allá del poema: faire un somme = hacer la siesta, dar una cabezada. Podría despertar, acaso despierte. Como el niño que duerme al hielo. El peso de este entretejerse de palabras sin duda nos habla de corrientes subterráneas, indescifrables, que alimentan la poesía de unos en otros autores y afloran como estratos en el cuerpo del poema. Ese misterio no del decir, sino del ver, más allá de lo inmediato concreto y que se nos desvela en el poema. No hay discurso emotivo, ni palabrería o expresión de sentimientos. No es la sonoridad o ampulosidad de lo dicho lo que vibra en el poema, sino el escalpelo de un léxico aparentemente sencillo. Las palabras funcionan como cinceles que dan forma a algo extraño, cargado de misterio. Y, sin embargo, el poema recorre uno a uno los engarces de nuestras vértebras, y nos estremecemos.


martes, 11 de febrero de 2025

El velo y sus cohortes

 

Ejercicio. Emilia Oliva. Acuarela. 2023.


El velo protege a la comunidad de la realidad. Deja abierta la puerta a la imaginación de una ilusión y la cierra a la exploración de una realidad compleja: el velo de Maya. El velo protege a la comunidad de la invitación al deseo y al consuelo en el rostro indefenso de la viuda, en el rostro indefenso de la doncella entregada a erradicar el mal con la sola oración, en las partes pudendas de la representación que muestra lo divino al hombre. El velo cubre la desnudez que nos hace vulnerables al deseo del otro. El velo es un arma de poder en nuestros días, del hombre sobre la mujer en las sociedades regidas por el Corán. El más poderoso velo es el que no se ve y oculta con eficacia certera: el de la defensa de la cultura. El velo, como las sectas, atrae a su órbita a sus cohortes. Fervientes protectores de un peligro cierto: mirar y ver. Y a veces, tan adiestrados estamos en el tornar la mirada que inconscientemente dejamos de ver. Nos volvemos ciegos. El velo invisible se impone.

 

Lo sucedido con la palabra "violada" en el club de poesía Hablemos de poesía (Biblioteca A. Rodríguez Moñino/M. Brey) unos días atrás constituye una mínima anécdota en el inmenso mundo velado en que nos desenvolvemos, pero constituye una muestra del hábito que vamos adquiriendo de no ver más allá del trampantojo tejido, esa maraña de la que vamos presos como moscas en la miel.

 

Sacar las patas de la miel era el ejercicio que propuse en el club de poesía a partir del poema de Julián Rodríguez "de los días felices" publicado en la revista Farraguas, 5 (Letras cascabeleras, 2024). Se trataba de leer la página de la revista como si fuera un documento sobreviviente de una catástrofe de la que aún quedara un superviviente, el destinatario del poema, y elaborar las preguntas precisas para una entrevista que nos permitieran comprender el poema sin saber nada del autor, de su biografía 'externa' para desvelar o aproximarnos mínimamente a la 'biografía interna' de la que nace el poema. Romper el velo cultural que cubre de capas de vida del autor (gracias a Wikipedias y voceadores) y abordar la obra antes de toda influencia. Eso que, de algún modo, cancelan las presentaciones de libros, minando la lectura individual carente de intérpretes, apostando por la promoción de la lectura inducida (publicidad, grupo activo, acto social, marketing, editorial, critica en semanarios...).

 

En medio de la lectura del poema referido, se produjo un tropiezo en un adjetivo aplicado a una flor. Rápidamente decidimos: no, no dice 'violada' sino 'violácea' y pasamos de largo. Incluso añadí que me hubiera extrañado ese uso forzado en el texto. Y, sin embargo, deberían haber saltado todas las alarmas. ¿Por qué habría que descartar esa palabra ‘violada’ sin más análisis a causa de la ilegibilidad de una letra en el manuscrito? Siempre hay alguien que vela, afortunadamente. Y me llega al wasap, esa misma noche, el enlace al diccionario de la RAE de 'violada' de la mano de Marta, feliz del hallazgo, sinónimo de 'violeta'. Así, velo a velo, vamos perdiendo la realidad compleja por la ilusión de lo que nos dejan mirar, que no ver. Vamos cancelando palabras que a fuerza de sospechosas, morirán y caerán del diccionario. De lo que perdemos dan cuenta estos enlaces.


“Cuando ‘violar’ era un arte y no una atrocidad”. Por José Miguel Lorenzo Arribas. Miércoles, 18 de octubre de 2006.

Eruditos a la violeta. O Curso completo de todas las ciencias dividido en siete lecciones para los siete días de la semana de José Cadalso